Porque la belleza siempre subsiste en el recuerdo.
William Wordsworth
El primer Abdón era hijo de Hillel el piratonita: dio a la tierra cuarenta hijos y treinta nietos que montaban en setenta burros. Juzgó en Israel ocho años y su nombre venido del hebreo significa siervo. Fue enterrado en el monte Amalec en el fondo de los tiempos, cuando Abdón Porte era aún descendiente de sus descendientes.
Nació El Indio, como le llamaban, en 1880; de él se cuenta que tuvo infancia de traste en la barriada de Libertad, departamento uruguayo de Durazno, llamado así porque fue creado alrededor de un duraznero, el naranjo americano. Porte creció pateando el balón y exhibiendo dotes de mando. Era fuerte y dominador; la foto de su juventud lo presenta con una mandíbula ancha y rasgos profundos de chamán efebo, con las cejas larguísimas cubriéndole los ojos a modo de visera tormentosa. Su estampa era de indio antiguo, como si una pareja superviviente lo hubiese engendrado a escondidas. “Formidable columna y rasgos característicos”, le dijeron los periódicos.
Abdón Porte debutó en el Colón y siguió en el Libertad, los dos en la Primera División. No pasó inadvertida su presencia y liderazgo para Nacional, que lo hizo llegar al tricolor en sólo unos meses. Su leyenda comenzó un 12 de marzo de 1910 en la banda derecha del Gran Parque Central, el estadio del coloso del Río de la Plata. Un año después era ya capitán con el 5 a la espalda. En ese tiempo Porte fue situado en el centro del campo como stopper, un todocampista de pulmones exagerados que devoraba en la marca a los delanteros y percutía como un hipopótamo en el campo rival, arrastrando la pelota hasta engullirla. Fue el primer medio volante en alzarse como máximo goleador en Uruguay.
«Era un típico hombre defensivo de estilo combativo; tenaz centre-half de un período brillante del fútbol oriental. Abdón Porte era notable, con virtudes y cualidades extraordinarias, defensivas y de colaboración, bien conocidas y recordadas por mucho tiempo, por los aficionados de antaño. Era un muchachón bueno, amigo de los amigos; gauchazo para hacer bien. Manso en la cancha aunque lo rompieran a patadas», escribió Luis Scapinachis. “Era”, según Xosé de Enríquez, “era un lungo rústico, flaco, morochón y peloduro”. “Fue un tremendo macho, pero no agredía”, destaca el periodista Julio Toyos. Estuvo en la selección nacional que ganó la primera Copa América y contabilizó en 207 partidos 19 títulos.
“Abdón Porte lo dejaba todo en el campo. Lo dejaba todo para defender a su Nacional. Para ese hombre no había nada más importante que ponerse la camiseta”, comenta el periodista Jorge da Silveira en un documental dedicado a Porte emitido por el Canal 12 de Montevideo: “Un hombre de poca conversación y terrible entrega. No aflojaba nunca”. De su esfuerzo da cuenta una anécdota: en una época en el que no había sustituciones se lesionó a los diez minutos y jugó cojo el resto del partido. Estuvo de baja de casi un mes, el mayor tiempo que Abdón Porte permaneció sin jugar al fútbol. “Entonces”, dice Toyos, “cualquier profesión, fuera periodista, abogado o futbolista, merecía toda la pasión en absoluto, sin ningún límite”.
Adorado por las gradas, símbolo indiscutible de Nacional, equipo creado como “respuesta criolla al fútbol de los gringos”, Abdón Porte empezó a ver a los 38 años la hora en la que nada puede devolver lo que fuiste. El escritor Eduardo Galeano cuenta que incluso se asomaban los silbidos a la tribuna cuando Abdón cedía. Ese mismo año el club colocó en su puesto a Alfredio Zibechi y Porte se sentó, por primera vez, en el banquillo.
Tras un partido en que Nacional derrotó al Charley 3-1, la plantilla fue a celebrar una cena en la sede del club, en el centro de Montevideo. A la una de la madrugada del 5 de marzo de 1918 Abdón Porte dejó la fiesta y se subió a un tranvía que lo dejó a las puertas del Parque Central. El estadio había sido cien años antes la chacra de una vieja en la que se firmaron los tratados con Oriente y fue investido José Gervasio Artigas Jefe de los Orientales y Protector de los Pueblos Libres, el líder de la Revolución del Río de la Plata. Hacia el centro de ese lugar se encaminaba en una noche de invierno Abdón Porte. De pie sobre el círculo central que dominó durante una década, en medio del silencio del estadio, rodeado de las gradas vacías que lo aclamaron como a un dios, el 5 de Nacional se sacó un revólver y lo apoyó en el pecho, haciendo estallar el corazón.
“No en la sien, como suelen los suicidas, porque eso sería hacerlo con la razón, sino en el corazón”, dice Julio Toyos. A las seis de la mañana el perro de Severino Castillo, un empleado del campo, arrastró al hombre al césped. “Notó que en el mismo centro del field se encontraba un hombre en posición de cúbito dorsal. Al principio no le preocupó el hecho, pero en la nueva recorrida, viendo la inmovilidad del cuerpo, no obstante haberse iniciado una pequeña lluvia, acentuó más su atención. Poco tuvo que hacer el empleado que conocía al jugador de Nacional. El revólver que yacía al lado del cuerpo, ya ensangrentado, le dio toda la magnitud del suceso. El tiro había dado de lleno en el corazón, produciendo, como es de presumir, una muerte instantánea. Movido el cuerpo, se encontró a su lado un sombrero de paja, bajo el cual Porte había colocado dos cartas”, dijo la prensa al día siguiente. “Nacional pierde al creador de cien victorias”.
(Dos años después, como contestación a un artículo publicado en El País titulado Qué coupet, el diputado Washington Beltrán Barbat fue retado a duelo por el expresidente José Batlle y Ordóñez; bajo una lluvia torrencial, y tras un primer intento nulo —ninguna de las dos balas hizo cuerpo— Batlle acabó matando de un disparo bajo la axila a Beltrán, que cayó redondo en el círculo central del Parque Central).
Un sobrino de Abdón Porte crearía escuela en el club como delantero y ganaría también, como su tío, la Copa América con Uruguay. Alfredo Zibechi, el hombre que sustituyó a Abdón en el centro del campo, se convirtió en una leyenda del fútbol uruguayo. José María Delgado, el presidente del club al que iba dirigida una de las cartas, hizo carrera en Nacional y es uno de sus más emblemáticos símbolos; una grada lleva su nombre. En la misiva Abdón le instaba a cuidar de su “vieja” y de su novia, con la que se iba a casar un mes después. “Hagan por mí como yo hice por ustedes”, pidió antes de despedirse: “Adiós querido amigo de la vida”. Debajo, unos versos:
Nacional aunque en polvo convertido
y en polvo siempre amante.
No olvidaré un instante
lo mucho que te he querido.
Adiós para siempre.
A modo de posdata había una aclaración: En el Cementerio de la Teja con Bolívar y Carlitos, que hace referencia a los hermanos Céspedes, mitos del club muertos de manera temprana a causa de una enfermedad.
Porte da nombre a una tribuna del Gran Parque Central. Allí, cuando los jugadores de Nacional saltan al césped los días de partido, se extiende una gran pancarta en la que se lee con letra inmensa: “Por la sangre de Abdón”.
El duraznero es el melocotonero americano y no el naranjo. Muy bonita historia.
Conocía esta historia por Enric González, pero gracias por recordarla, Jabois.
Cierto lo del melocotonero! Muchas gracias a ambos.
Y yo lo siento, pero soy corrector de español y por ende, nazigramático total.
Se dice decúbito, no de cúbito; viene del latín «decubitus», acostado.
Al final, llevaba razón Enric González sobre el Sr. Manuel Jabois. Habrá de ser uno gallego para ser un buen columnista.
Gran historia y tan bien contada.
Gracias al autor.
Enric González no lleva razón: él es catalán.
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Muy buen artículo, una apreciación: el artículo de Beltrán se titulaba ‘Qué tupé’.
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