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Scottie Pippen, el escudero perfecto

scottie pippen

Junio de 1992. El equipo de Estados Unidos se reúne en Portland para disputar el pre-olímpico de clasificación para los Juegos de Barcelona. Es la mejor plantilla de la historia, un equipo de ensueño; “Dream Team”, dice la prensa estadounidense y con ella la de todo el mundo: Magic Johnson, Larry Bird, Michael Jordan, Patrick Ewing, John Stockton, Karl Malone, Chris Mullin, David Robinson, Charles Barkley, Clyde Drexler, el universitario Christian Laettner… y Scottie Pippen, con el número ocho, satisfecho en esa constelación de megaestrellas, el profesional más joven del grupo, apenas 26 años.

Pippen está en lo más alto de su carrera: viene de ganar la NBA por segundo año consecutivo, ha sido incluido en el mejor quinteto defensivo de la liga, su promedio por partido ha llegado a los 21 puntos por primera vez desde que coincide en cancha con Michael Jordan… y ha firmado una extensión multimillonaria de su contrato con los Chicago Bulls. Ya no tiene nada que demostrarle a nadie. Ni a su general manager, Jerry Krause, con el que mantendrá una relación de amor-odio durante toda su carrera en Chicago, ni a los “bad boys” de Detroit —¿dónde está ahora Thomas, dónde Dumars, dónde Rodman?— ni a la prensa que le tildó de “blando” tantas veces.

Como mucho le queda ajustar cuentas con Toni Kukoc, el hombre que puso en riesgo su contrato y su puesto en el equipo durante la convulsa temporada 1990/91 cuando Krause se empeñó en hacerle sitio por si daba el salto a la NBA. Kukoc y Pippen, Krause y Pippen, Jordan y Pippen. ¿Cómo entender más de una década de NBA sin ese hombre de nariz improbable, gesto de estatua de Pascua, brazos infinitos? El alero que podía ser base, el defensor que anotaba desde cualquier lado, el hombre de carácter que miraba con admiración a Larry Bird y a Magic Johnson, sin imaginar que un día tendría más anillos en sus manos que cualquiera de los dos.

El rookie inesperado

Scottie Pippen llegó a la NBA como número cinco del Draft de 1987, elegido por los Seattle Supersonics. Se trataba de un alero por encima de los dos metros con mentalidad de base, su puesto cuando entró en la universidad de Central Arkansas, antes de crecer sorprendentemente casi 20 centímetros en un par de años. Había demostrado sobradamente su capacidad para anotar y para defender y solo se cuestionaba su carácter, algo apocado, silencioso, sin madera de líder.

Los Sonics tenían ese puesto bien guardado con Dale Ellis y el espectacular Xavier McDaniel. Lo que necesitaban en Seattle era un pívot fajador que le diera un extra al equipo. Pese a las genialidades de los Jerry West, Oscar Robertson, Bob Cousy, incluso los propios Magic Johnson o Larry Bird, la constante en la NBA era entonces y lo sigue siendo construir el equipo de dentro afuera, es decir, con un pívot como referencia. No en vano apenas tres años antes, en 1984, Sam Bowie fue elegido como número dos del draft por delante de Michael Jordan.

Así pues, los Sonics tuvieron claro desde el principio que Pippen sería una gran incorporación… para forzar un buen traspaso.  Punto.

Un poco más tarde le tocaría el turno a los Chicago Bulls. Para entonces, ya era “el equipo de Michael Jordan”, para lo bueno y para lo malo: un equipo en el que todo el juego se supeditaba a su superestrella y cuya capacidad para competir estaba aún por descubrirse. Por dentro, solo Charles Oakley era una presencia intimidatoria pese a su corta estatura. Por fuera, la jugada consistía demasiadas veces en dársela a Michael y que los demás miraran.

Hacía falta profundidad, eso lo tenía claro Jerry Krause. Profundidad y versatilidad, pedía Doug Collins, el antiguo All Star reconvertido a entrenador. Por eso escogieron a Horace Grant, un ala pivot con clase, buen anotador de media distancia, facilidad para el rebote, no demasiado alto pero con buen instinto a la hora de defender y taponar… Grant era un diamante en bruto que no se sabe por qué cayó tan abajo en las prioridades de los general managers. Conseguido el pívot, Krause buscó al escudero de Jordan, el hombre que diera un paso adelante en la defensa y pudiera dar minutos de calidad cuando la estrella descansara.

Su debilidad era Scottie Pippen. A cambio le pidieron a Olden Polynice, un hombre de casi 2,10 con una técnica muy limitada. No lo dudó dos veces: el traspaso dotaba a los Bulls de dos jugadores muy jóvenes y con mucho talento. Los dos dieron resultados desde su primer año: Grant promedió casi 8 puntos y más de 5 rebotes en 22 minutos de juego, Pippen se fue a los 7,9 puntos y 3,8 rebotes. Lo más importante: entre los dos sumaban casi dos robos de balón y un tapón por partido. Los Bulls, por fin, defendían. La franquicia pasó de ganar 40 partidos a ganar 50 en una sola temporada, Jerry Krause fue nombrado Directivo del Año y solo los Pistons de Detroit pudieron frenar a Michael Jordan en semifinales de la Conferencia Este.

El éxito estaba un peldaño más cerca, lo que tardaran los larguísimos brazos de Pippen, Jordan y Grant en agarrarlo.

scottie

La barrera de los Pistons

Muchas veces, la segunda temporada de un rookie es la más complicada, igual que el segundo disco de una banda con éxito es pasto fácil para los críticos. Pippen se había consolidado como suplente de lujo, entrando en la lista de los mejores novatos del año. Su tiro exterior aún tenía mucho que mejorar pero era rápido en el contraataque, un excelente defensor en anticipación y se entendía a la perfección con sus compañeros.

Collins entendió que ya estaba para ser titular y “Pip” no defraudó: en 33 minutos por partido, promedió 14,4 puntos, 6,1 rebotes y más de 2 robos. El equipo cambió por completo con un nuevo ingrediente: el veterano Bill Cartwright entraba por Charles Oakley, el “guardaespaldas” oficial de Michael Jordan. Aquel traspaso enrareció el ambiente en Chicago: Jordan no entendía nada, no confiaba en la madurez mental ni física de los nuevos chicos y estaba convencido de que la actitud de Oakley, siempre dispuesto a armar un buen lío o defender a un compañero, era necesaria.

Todo el mundo coincidía: los Bulls eran flojos. ¿Qué sentido tenía vender a tu jugador más duro por un veterano con tendencia a las lesiones?

Sin embargo, no fue una mala temporada, ni mucho menos: Chicago ganó 48 partidos en la División Central, por entonces el hueso duro de la liga, superó a Cavaliers y Knicks en los play-offs y se plantó en la final de Conferencia de nuevo frente a los Pistons. Aquello era un paso adelante muy importante en una franquicia que nunca había ganado un título en su historia. La juventud de los Bulls, su talento puro, su elasticidad frente a la dureza de los “Bad Boys” de Chuck Daly, empezando por Isiah Thomas, el demonio de sonrisa angelical, y acabando por Bill Laimbeer, uno de los jugadores más inteligentes –y sucios– que se recuerdan.

En medio, los Rodman, Aguirre, Mahorn, Dumars, Edwards, Vinnie Johnson… un equipo de ninjas al margen de las portadas y que odiaban con todas sus fuerzas a Jordan y lo que los Bulls representaban: el glamour, el arte, la foto de póster. En su segundo año frente a los Pistons, Pippen volvió a naufragar y todos empezaron a señalarle con el dedo: ¿Sería capaz de afrontar el reto físico que suponían los Pistons? Aquel año cayeron en seis partidos, el año siguiente, ya con Phil Jackson en el banquillo caerían en siete.

Esa tercera eliminación consecutiva fue un momento terrible para Pippen. Su temporada había vuelto a ser excelente: 16,5 puntos, 6,7 rebotes, 5,4 asistencias… y 2,1 robos, su especialidad. En play-offs su rendimiento mejoró: más de 20 puntos, más de 7 rebotes, 40 minutos sobre la cancha… Los Bulls pusieron a los Pistons contra las cuerdas. Eran los tiempos de las “Jordan Rules”, el sobrenombre que Daly le daba a su táctica de repartir estopa contra Michael y compañía. Tras mantener ambos equipos el factor cancha, la serie llegó al séptimo partido en Auburn Hills.

La gran oportunidad de Jordan había llegado después de seis años, solo hacía falta que sus compañeros estuvieran a la altura… pero no fue así. Aquejado de una horrorosa migraña, Pippen tuvo una noche espantosa: 2 puntos, con 1 de 10 en tiros de campo. No le fue mejor a Grant, quien se fue a 3 de 17. Bill Cartwright tenía la rodilla de nuevo destrozada y B. J. Armstrong, el novato que había impresionado en los partidos de Chicago, dio una lección de sobre-excitación, yéndose a 1 de 8. A mediados del tercer cuarto, los Bulls perdían 61-39. La eliminatoria estaba acabada. Pippen miraba alrededor al borde del desmayo, vomitando en los vestuarios, las luces cegándole sin poder enfocar siquiera.

Jordan no se creía lo de la “migraña”. Jordan no sabía perder. Jordan necesitaba a alguien que diera el máximo en el momento más importante y si Pippen no estaba dispuesto a asumir ese reto se buscaría a otro. En esas condiciones empezó la temporada 1990/1991.

pippen jordan rodman

Los tres anillos

Phil Jackson tenía un plan: sabía que si los Bulls querían ganar un anillo tendría que dosificar a Jordan. Por supuesto, Michael podía meter 40, 50, 60 puntos si quería, pero esa no era manera de ganar anillos. Jackson lo aprendió en los Knicks de los 70, un equipo con estrellas como Willis Reed, Walt Frazier o Dave DeBusschere, pero que sobresalía por su capacidad de sacrificio y generosidad. El primer paso era convencer a Jordan de que eso era posible, que podía ganar sin controlarlo todo, reservándose para los minutos clave de los partidos clave, integrar a sus compañeros en el ataque.

Junto a Jackson se sentaba siempre su ayudante, Tex Winter, un hombre ya mayor en 1990, que había desarrollado en varios libros la teoría del “triángulo ofensivo”, una serie de movimientos sobre el campo que hacían que todos los jugadores pudieran tener su oportunidad recibiendo en el lugar que les hacía más efectivos. Meter a Jordan en el “triángulo” costó mucho. Muchísimo. Cada vez que Pippen tenía un mal partido y los Bulls perdían, sabía que podía contar con el comentario agrio de Michael: “¿Otra migraña, Pip?”.

Sin embargo, aquel año los Bulls perdieron poco, apenas 21 partidos por 61 victorias, la mejor temporada de la historia de la franquicia. El éxito se basaba en la presión defensiva: Pippen asumía la punta de lanza y enviaba al base contrario hacia el lado donde le esperaba Jordan o en ocasiones Grant, el pase al lado contrario era invariablemente interceptado y daba pie a un contraataque fulgurante. Los Bulls eran muy jóvenes: Jordan, pese a sus múltiples años de estrellato, apenas cumplía 28 años, Grant y Pippen no rebasaban los 25.

Con triángulos continuos en defensa y en ataque, los Bulls simplemente eran superiores a cualquier rival. Pippen se convirtió en una pieza clave para Phil Jackson, el hombre decisivo sin el cual lo demás no tenía sentido: podía subir la bola como un base, podía correr como un escolta, rebotear como un pívot… Aquel año, Scottie se fue a los 18 puntos y 6 rebotes, con 2,4 robos por partido. Eso ya lo habíamos visto antes, la pregunta era: ¿Podría Pippen pasar por los play-offs sin migrañas ni extrañas lesiones?

No había sido un año fácil para él. Obsesionado con el dinero, Pippen seguía teniendo su contrato de novato, lo que le convertía en uno de los jugadores peor pagados dentro de la propia plantilla, clase baja de la NBA. Aquello era intolerable. Como medida de presión, amenazó con saltarse el campo de entrenamiento de octubre, pero Reinsdorf, el propietario del equipo, le convenció de lo contrario. A mitad de temporada empezaron a surgir los rumores de que los Bulls iban a por Toni Kukoc. Kukoc por aquí y Kukoc por allá, Krause no hablaba de otra cosa.

Pippen se sentía traicionado y eso a veces le derrumbaba y a veces le daba más energía para demostrar la injusticia. ¿Quién ese era Kukoc aparte de otro europeo flacucho? La cuerda de las negociaciones estuvo a punto de romperse varias veces, pero milagrosamente todo acabó encajando. Curtido mentalmente tras las dos derrotas anteriores contra los Pistons y los meses negociando con Krause y Reinsdorf, Pippen llegó a las finales de Conferencia dispuesto a comerse a quien tuviera delante.

Y delante tenía, cómo no, a los chicos de Detroit.

Pistons y Bulls se necesitaban. Los Pistons eran para los Bulls lo que los Celtics habían sido para los Pistons: la prueba de madurez. Aquel año, los bicampeones estaban aún más ajados, pero de nuevo habían llegado allí tras una temporada con más sombras que luces. Por juego, no había color, pero no se trataba del juego, sino de la madurez mental, de la agresividad, de la condición física. Rodman se emparejó con Pippen desde el principio y jugó toda clase de tretas mentales con él: empujones, codazos, insultos… No sirvió de nada. Nadie podía parar a Scottie en aquella serie ni en aquellos play-offs. Se iría a los 22 puntos y 9 rebotes por partido lanzando por encima del 50%.

Los Bulls ganaron el primer partido, luego el segundo, luego el tercero… y cuando estaba claro que se impondrían en el cuarto, los jugadores de Detroit simplemente abandonaron el campo sin saludar a nadie, pasando por delante del banquillo de los “chicos suaves” sin un solo intento de felicitación. Ahora no solo les robaban las portadas sino también los campeonatos. Pippen había solventado todas las dudas y volvió a hacerlo en la final ante los Lakers de un renqueante Magic Johnson. Con un Jordan insuperable, Paxson impecable en la suspensión, Cartwright sabiendo dominar a Divac, y Pippen y Grant descomponiendo a Worthy y Perkins, los Bulls se llevaban el primer anillo de su historia. Ya no había interrogantes.

Con la vitola de campeones, con la presión ya fuera de sus hombros, los Bulls se convirtieron en un equipo imbatible durante los dos años siguientes, siempre basándose en el triángulo, en la defensa presionante y en la versatilidad. En la temporada 91/92 Pippen se fue a los 21 puntos y 8 rebotes, ¡con casi 8 asistencias por partido! Todos corrían, todos pasaban, todos lanzaban desde el lugar preciso. Ya no era el equipo de Jordan sino el equipo de Jordan y Pippen, compañeros en el mejor quinteto defensivo del año, compañeros en el Dream Team de Barcelona, compañeros en las finales contra Portland y posteriormente en las que les enfrentarían a los Phoenix Suns de Charles Barkley.

En junio de 1993, Pippen tenía todo lo que una vez soñó: un contrato de muchos millones, un estatus indiscutible de estrella, tres títulos de la NBA y ninguna duda sobre su fortaleza mental. La saga podía durar años y años… solo que apenas unos meses después, tras el hallazgo del cadáver de su padre, Michael Jordan anunciaba su retirada de las canchas. “No me queda motivación”, dijo en rueda de prensa, visiblemente afectado. El testigo de los campeones pasaba a manos de Pippen.

michael jordan scottie pippen

La vida sin Michael

Pocos apostaban por los Bulls sin Jordan. De acuerdo, habían ganado tres títulos seguidos y aún contaban con grandes jugadores, incluida la estrella europea, Toni Kukoc, llegada aquel año para ir rodándose al lado de Michael y que ahora tendría que asumir un protagonismo mayor del deseado por Phil Jackson. La baja de Paxson se suplió con el fichaje de Steve Kerr, un jornalero de la liga, y Cartwright, al borde de la retirada, fue dando poco a poco el relevo al australiano Luc Longley.

Sorprendentemente, la cosa funcionó. Muy bien, de hecho. Los Bulls ganaron 55 partidos, solo dos menos que el año anterior, y se lanzaron a los play-offs con la intención de ganar el cuarto anillo sin Jordan, una machada sin matices. La temporada de Pippen fue sencillamente espectacular, a la altura de las expectativas: 22 puntos, 9 rebotes, casi 6 asistencias y 3 robos de balón por partido. Por primera vez en su carrera fue elegido en el mejor quinteto de la liga y por supuesto en el de mejores defensores.

Sin embargo, los play-offs no fueron todo lo bien que uno podía esperar: después de eliminar a los Cavs sin problemas, los Bulls tenían que enfrentarse a los Knicks en semifinales de conferencia. El equipo de Pat Riley era cosa seria, ya lo había demostrado varias veces en los años anteriores y hasta cierto punto tenía la misma necesidad de eliminar por fin a los Bulls que los Bulls habían sentido con los Pistons.  Tras dos victorias locales en Nueva York, la serie llega a Chicago. Con 1,8 segundos para acabar el tercer partido, el marcador registra un empate a 102 puntos. Phil Jackson pide tiempo muerto y diseña una jugada para… ¡Toni Kukoc! Pippen no puede creérselo. Es el momento más decisivo de la temporada, y el entrenador le pasa de largo. Cabreado, inconsolable, se sienta en el banquillo y se niega a salir. La bola llega al croata, que, desequilibrado, consigue lanzar… y anotar.

Todos le abrazan menos Pippen, condenado de nuevo a la figura de escudero, una herida difícil de cerrar.

De alguna manera, los Bulls consiguieron forzar los siete partidos de la serie. De hecho, si no fuera por un arbitraje lamentable en el quinto encuentro, en Nueva York, probablemente habrían llegado a su sexta final de Conferencia consecutiva, pero no fue posible. En otro partido horrendo para el espectador, los Bulls perdieron 87-77 en el Madison Square Garden, su primera eliminatoria perdida en cuatro años. Pippen había demostrado que podía liderar al equipo, pero no quedaba claro si podía hacerlo campeón o si sus miedos, sus inseguridades acabarían con él. Los números no dejaban lugar a la crítica: 23 puntos y 8 rebotes por partido más la habitual colección de asistencias y robos de balón. Su actitud, especialmente en aquel crucial tercer partido, indicaba que aún necesitaba madurar.

Todo ese proceso, mirado en perspectiva, era necesario. Pippen tenía que saber lo que suponía ser el centro de todas las miradas, el encargado de resolver, la estrella a la que se alaba o se hunde para entender todo por lo que había tenido que pasar Jordan durante años y años. La temporada siguiente fue un desastre: menos de 50 victorias, demasiados cambios y lesiones, una eliminación prematura ante los Orlando Magic en los play-offs… pero dos noticias positivas: la primera, el equipo había aprendido a sufrir. La segunda, Michael Jordan anunciaba su regreso.

pippen y malone

Del cuarto al sexto título

Los Bulls ya no eran el equipo joven y vigoréxico de principios de década. El bigote de Phil Jackson se llenaba de canas, Jordan volvía después de dos temporadas arrastrándose por campos de béisbol con 32 años y Pippen cumplía 30. Harper, fichado el año anterior para aportar anotación exterior, también superaba la treintena… Si no podían ser los más rápidos ni los más fuertes no les quedaba más remedio que ser los más listos. El equipo más grande de la historia de la NBA se fraguo cuando Krause consiguió lo imposible: el “bad boy” por excelencia, el hombre de los mil peinados y los mil rebotes, Dennis Rodman, llegaba a la franquicia que tanto había odiado. Pippen acogió la medida con reserva. Pippen odiaba a Rodman tanto como odiaba a Kukoc.

Pero sabía que necesitaban a Rodman si querían volver a ganar y él quería volver a ganar, desde luego. Las victorias eran prestigio y eran dinero, siempre envuelto en inversiones y compraventas, la gran obsesión de su vida, el miedo a que una lesión, una enfermedad, un accidente lo estropeara todo para siempre…

Rodman liberaba al equipo fuera y dentro de la cancha. Con la prensa y los rivales entretenidos en el show de Dennis, los demás podían dedicarse a lo suyo: anotar, robar, pasar… Jackson, Pippen y Jordan eran los únicos que repetían con respecto al triplete 1991-1993. Donde estaban Grant y Cartwright ahora estaban Rodman y Longley. El papel de Paxson correspondía a Steve Kerr y el del alocado B.J.Armstrong al siempre eficiente y cerebral Ron Harper, bautizado por Andrés Montes como “el bricolaje a su servicio”.

Además, de sexto hombre, aparecía la mejor versión de Toni Kukoc.

Los Bulls eran sencillamente imparables. Pippen jugó el mejor baloncesto de su carrera, sabiendo en cada momento qué rol asumir. Mejoró su tiro de tres puntos hasta convertirlo en una verdadera amenaza y se mantuvo en torno a los 20 puntos por partido, nada fácil con tantos anotadores al lado. La presencia de Rodman en el rebote no evitó que se fuera hasta los 6,4 por partido y volver al puesto de falso base le llevó a las 6 asistencias. Aquel equipo era magia en movimiento. Durante la temporada regular se fue hasta las 72 victorias, el mejor registro de la historia de la NBA. Se plantaron en la final con una sola derrota en 12 encuentros. A los tres partidos contra Seattle ya iban 3-0, solo la relajación provocó que los Sonics maquillaran el resultado hasta el 4-2 final.

De alguna manera imprevista, Jackson había sabido dominar todos los egos. Jordan tampoco era el jugador ensimismado de los 80 y primeros 90 sino una referencia de compañerismo. Su batacazo en el béisbol, como el de Pippen liderando a los Bulls, les había hecho crecer. Uno no se entendía sin el otro. Cuando Jordan no se iba a los 30 puntos, Pippen hacía esa labor. Cuando Harper flojeaba en defensa, Pippen cogía al base contrario. Si Rodman andaba descentrado, Pippen reboteaba. ¿Hacía falta un triple para ganar el partido y Kerr o Kukoc tenían doble marcaje? No importaba, Pippen se encargaba de ello.

La siguiente temporada, los Bulls se fueron hasta las 69 victorias y con la sensación de ir con el freno de mano echado. Pippen prácticamente calcó los números del año anterior: los 20 puntos, 6 rebotes y 6 asistencias más todos los intangibles. Por sexto año consecutivo fue incluido en el mejor quinteto defensivo del año. Los play-offs volvieron a ser un paseo hasta la final contra los Utah Jazz. Aquello era un equipo en condiciones, con armas muy parecidas a las de Chicago: veteranía, inteligencia y juego en conjunto. Cada uno haciendo lo que sabe.

El primer partido fue una promesa de todo lo que vendría después. A falta de 9 segundos, Jazz y Bulls empatan a 82 y Karl Malone tiene dos tiros libres para poner a su equipo por delante. Pippen, que había realizado un buen partido en el tiro exterior, con tres triples, pasa por delante de su ex compañero en el Dream Team y, según la leyenda, le susurra “Karl, recuerda, el cartero no trabaja los domingos”.

Sea cierto o no, el caso es que Malone falló los dos tiros libres, Jordan cogió el rebote y justo sobre la bocina anotó desde seis metros para dar la victoria a los Bulls.

No iba a ser fácil, desde luego. Después de ponerse 2-0 y pese a dos excelentes partidos de Pippen, los Jazz empataron la serie y llegaron al quinto partido con la ventaja moral de su lado. Jordan estaba con una gripe gástrica. Enfermo como un perro. El quinto partido suele ser el que determina una serie y los Bulls no estaban dispuestos a dejarse vencer. Jordan y Pippen desde luego no estaban dispuestos. El alero aportó 17 puntos, 10 rebotes y 5 asistencias… Jordan estuvo simplemente maravilloso, con 38 puntos, incluyendo el triple que decidía el partido y el título.

La temporada 1997/98 nos ofrecería una repetición de lo vivido el año anterior. No fue fácil para los Bulls: Rodman estaba ya claramente desmadrado, Pippen no podía hablarse con Krause, Jordan meditaba la retirada y Jackson sabía que no iba a ser renovado. El equipo seguía jugando bien pero la franquicia era una casa de locos. Una complicada lesión de rodilla mantuvo a Pippen alejado de las canchas durante buena parte de la temporada y los Bulls lo notaron: de 69 victorias pasaron a 62, sufrieron de lo lindo contra los Pacers de Larry Bird y Reggie Miller y se plantaron en la final contra los Jazz con el factor cancha en contra, un detalle importante cuando Salt Lake City está de por medio.

Después de un año de camillas y rehabilitaciones, Pippen, a sus 32 años para 33, empezaba a notar que su físico ya no era el mismo. Doce temporadas al más alto nivel en la NBA acaban con cualquiera. El primer partido acabó con victoria de los Jazz con un triple fallado por Scottie en los últimos segundos de la prórroga. Los Bulls se rehicieron para ganar los tres siguientes partidos apoyándose de nuevo en un gran Jordan y en lo que pudieran aportar Rodman y Kerr… y cuando estaban dispuestos a celebrar su segundo triplete en ocho años, Karl Malone jugó uno de los mejores partidos de su carrera y logró llevar la serie a Utah.

El sexto partido de aquella final pasará a la historia como uno de los más grandes: ante un aforo lleno, los Jazz de Stockton, Malone, Hornacek, Ostertag y compañía se pusieron rápidamente por delante. Jordan anotaba con facilidad pero cuando miraba a su derecha no estaba su compañero de tantas noches. ¿Otra migraña, “Pip”? No, en esta ocasión terribles espasmos en la espalda, producto de una mala rehabilitación de la lesión de rodilla y agravados en el primer mate del partido.

Fue una noche terrible para Pippen, como aquella en Auburn Hills ocho años atrás: sufriendo en cada apoyo, en cada rebote, en cada jugada, hizo lo que pudo para apoyar a sus compañeros: solo anotó 8 puntos en 7 lanzamientos, con 3 rebotes, 4 asistencias y 2 robos. En general, fueron unas series regulares para Scottie, que se quedó en menos de 16 puntos y 7 rebotes por partido con un pésimo 23% en triples. Todo mereció la pena cuando Jordan robó el balón de las manos de Malone, dribló hasta medio campo, dejó a Bryon Russell en el suelo y anotó la última canasta de la temporada y de su carrera en los Bulls. La canasta del sexto anillo.

Pippen celebraba entre lágrimas de dolor y alegría. Aquello era el final de una era: sin Jordan ni Jackson, quedarse en los Bulls a la sombra de Kukoc era una locura. Mejor buscar un buen contrato en un buen equipo. Ofertas no le faltarían.

pippen

El lento ocaso hacia la retirada

A sus 33 años, Scottie Pippen aún era un jugador importante en la NBA. Buscando un séptimo anillo y un buen cheque, aterrizó en Houston para darle a Charles Barkley el título que la historia se empeñaba en negarle. Barkley y Pippen habían sido rivales en los 80 y compañeros de patriotismo en los 90, ganando juntos dos oros olímpicos. Ahora compartían equipo junto a Hakeem Olajuwon, el gran dominador de la década en la pintura. El experimento, prometedor, se vino abajo casi desde el inicio: Pippen nunca se entendió con Barkley y Olajuwon nunca se entendió con ninguno de los dos, envuelto en su místico mundo interior.

Algo lento y oxidado, Pippen apenas llegó a los 14 puntos por partido en 40 minutos de juego. Eso sí, ayudó con 6,5 rebotes y 6 asistencias y fue incluido de nuevo –octavo año consecutivo- en el mejor quinteto defensivo de la liga. En play-offs, contra los Lakers, se fue a 18,3 puntos, 11,8 rebotes y 5,5 asistencias, aunque con unos porcentajes horrorosos. No sirvió de nada: el equipo del jovencito Kobe Bryant y el cada vez más maduro Shaquille O´Neal les eliminó en cuatro partidos.

La siguiente parada en el camino fue Portland. El multimillonario Paul Allen había confeccionado una plantilla de ensueño y solo le faltaba la guinda de Pippen. En términos de talento y calidad aquel equipo era insuperable: Stoudemire, Bonzi Wells, Arvydas Sabonis, Rasheed Wallace, Steve Smith, Detlef Schrempf, Brian Grant, Jermaine O´Neal… es difícil juntar tantos grandes nombres en un solo equipo. Más complicado aún es hacer que se entiendan, algo que Mike Dunleavy no consiguió.

La lucha de egos fue constante, así como los problemas fuera de la cancha, las declaraciones altisonantes y los conflictos con la policía. Pippen era el mejor pagado de la plantilla, cobrando casi 15 millones de dólares al año, una cifra altísima en aquellos tiempos… Su rendimiento, sin embargo, no estuvo a la altura. Menos participativo en ataque que otras temporadas, acabó el año en 12,5 puntos, 6,3 rebotes y 5 asistencias, los peores números desde su época de rookie. Quedaba apelar a la mística de los play-offs. Acostumbrado a crecerse en los momentos decisivos, Pippen subió su rendimiento hasta los 15 puntos y 7 rebotes y los Blazers pusieron contra las cuerdas a los Lakers en la final de Conferencia.

Con 60-75 a favor de Portland y el Staples Center en un silencio absoluto a falta de 10 minutos para el final del séptimo y último partido, los Blazers se vinieron abajo por completo. Toda la energía defensiva desapareció y cada decisión en ataque empeoraba la anterior: Pippen acabó con 12 puntos y 10 rebotes… pero un pobre 3 de 10 en tiros y expulsado por faltas. Los Lakers se fueron acercando y acercando y nadie supo hacer nada. Simplemente observar como Rice anotaba triples, Bryant penetraba y Shaq machacaba la bola. En esos diez minutos se decidió el futuro de Pippen como profesional y el de Portland como campeón potencial. El resultado fue 29-9 en contra.

El contrato de Pippen dificultaba cualquier traspaso. Al comienzo de la temporada 2000/2001, “Pip” ya era un veterano de 35 años muy lejos de su mejor momento de forma y en un equipo que a veces más parecía una banda. Fijo para Dunleavy, Pippen rondó los 30 minutos de juego en los siguientes tres años, aportando menos puntos de lo habitual (en torno a los 11 por partido) pero manteniendo su excelsa visión de juego con casi 6 asistencias. Poco a poco, la luz de Pippen se fue apagando como se apagó la de los Blazers, incapaces de superar el muro mental de los Lakers y llegar siquiera a una final de la NBA pese a contar con un presupuesto de escándalo.

Con la eliminación ante los Dallas Mavericks en la primera ronda de la temporada 2002/2003, Pippen, que apenas anotó 5,8 puntos por partido en la serie, decía adiós a 16 años consecutivos jugando play-offs y tuvo tiempo aún de firmar un último contrato, ya con 38 años, en el equipo de toda su vida, los Chicago Bulls. No fue el regreso soñado: agotado física y mentalmente, con el cuerpo castigado por distintas lesiones, Pippen apenas pudo jugar 23 partidos en toda la temporada, promediando 6 puntos y 3 rebotes por partido.

Al borde de los 39, Pippen anunció su retirada en 2004. Desde entonces ha vivido entre homenajes, retiradas de camisetas, trabajos de analista de prensa… incluso vivió una cómica vuelta a las canchas con los Sundsvall Dragons de la liga sueca, allá por 2008. Pippen cobró 50.000 euros por partido, como si fuera un mercenario. Probablemente, él siempre se sintiera así. De vez en cuando surgen rumores acerca de bancarrotas, ruinas, desastres económicos… El personaje se da al dramatismo. El eterno secundario, el eterno insatisfecho, el eterno contador de billetes. Un jugador irrepetible, un base de 2,03, un pívot de 2,03. Seis anillos de la NBA y dos medallas de oro olímpicas. ¿Quién puede decir lo mismo? ¿Mark Aguirre, Toni Kukoc, Jerry Krause? No. Sólo un hombre: Michael Jordan.

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13 Comentarios

  1. Enorme artículo, siempre me gustó la figura de Pippen. Eterno genio en la sombra que al mismo tiempo no pudo con la presión del liderazgo en los momentos en que se le pidió

  2. Karlinhos

    Simplemente, GRACIAS Guillermo por este articulazo! Excelente acercamiento a la legendaria figura del gran Pippen…

  3. Pippen siempre fue mi jugador favorito,tuvo una carrera complicada y completa,recorriendo todos las clases sociales de un jugador NBA.Me alegra de que hayáis pensado en el,estas cosas os hacen diferentes.

  4. Pingback: Fe de errores: manual de Periodismo « produccionumh181112

  5. Grandisimo artículo. De nuevo, gracias al autor y jot down

    Me encantó ver jugar a este jugador.

  6. Fabuloso artículo. Como para Carlos, Scottie fue mi prefe, aún entre tantísimos grandes jugadores. ¡Qué plasticidad! Incorporó al baloncesto una nueva dimensión, en la que un gigante atlético podía manejar la bola y el cuerpo como un jugador estrella promedio de 30 centímetros menos. Me asombraba comprobar como tantas veces era capaz de pasar de un área del campo a la otra ¡con solo 3 botes de balón!
    Como os cuento, mi prefe de siempre… Scoooooottie!
    Gracias de nuevo por el articulazo.

  7. Jean Paul

    Enorme artículo.

    Grandioso el viaje de regreso a mi infancia en la que idolatraba a Jordan, Pippen y a Grant.

    Gracias.

  8. Por supuesto que me acuerdo. Scottie fue un jugador total y ademas muy elegante. Hoy, o hace unos anos, los Odom y Diaw fueron sus perfectos alumnos, aunque Pippen era un plus. Iguadala es otro jugador que se parece pero con menos calidad, y desde otro punto de vista, los grandes anos de Pierce y McGrady, tambien tuvieron que ver con el escudero. Aunque lo dicho, este nunca pudo tener el papel de lider.

  9. Scootiiiiiiiiiiiii

  10. Brutal artículo. Si empecé a jugar a baloncesto fue por la troupe Jordan-Pippen-Rodman.

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