Antes de ir, Dublín es Joyce como Praga es Kafka. Ciudades literarias o absorbidas por la literatura, ciudades que no existen quizá más que en los sueños neblinosos de un libro recordado vagamente. Joyce se ha adueñado de un escenario de literatura excesiva, excedente, rebosante: Beckett resulta más bien francés; Yeats, Shaw y Wilde, ingleses; Jonathan Swift, satírico universal, y de Bram Stoker sólo quedan los colmillos sangrientos de su famoso personaje. Los dos escritores autóctonos más puramente dublineses, Sean O’Casey y James Clarence Mangan, no tienen en cambio la misma proyección internacional. Por último está el caso singular de Flann O’Brian, que nació en Strabane, condado de Tyrone, pero murió en la capital irlandesa después de beberse media nación a tragos largos, casi sin respirar.
Se imagina uno Dublín —literaria, cinematográficamente— como un laberinto de tabernas, con la espuma de la Guinness desbordándose por las jarras, por las barbillas de los borrachos, por el empedrado de las calles, por las puertas de los pubs, por las casas de ladrillo ocre, por las riberas del Liffey. Hombres alegres entonando baladas antiguas con los ojos iluminados por la poesía y resolviendo sus discusiones a puñetazos, como en las historias más o menos sentimentales de John Ford. Quizá sea este norteamericano hijo de inmigrantes irlandeses quien mejor haya sabido transmitir las supuestas paradojas del pueblo irlandés: su simpatía recia, su sequedad cariñosa, su nobleza violenta, su serenidad alocada, su moderada fogosidad… Esa hospitalidad sin dobleces, el deambular etílico entre la iglesia y la taberna, la camaradería exaltada de los borrachos, la sensualidad arisca de las pelirrojas pecosas, esa cáscara de dureza con fondo sentimental. En este sentido El hombre tranquilo, más que una película, sería la epopeya simbólica de una nación. Y su complemento perfecto es otra obra maestra del cine, Los muertos de John Huston, basada en el relato homónimo de Joyce. Desde luego llega uno al aeropuerto dublinés con esa parafernalia referencial —de imágenes, tópicos, recuerdos y valores— en la cabeza.
Cuenta Vargas Llosa que la primera vez que estuvo en Dublín se sintió traicionado porque ese lugar “alegre y simpático” en el que le paraban por la calle para conversar y le invitaban a tomar cerveza no se correspondía con la ciudad densa, sórdida y gris que aparecía reflejada en los libros de Joyce. Sirviéndose de una prosa exacta y fría, a caballo entre el rencor y la nostalgia, Joyce había ido describiendo con precisión matemática “las calles macilentas donde juegan sus niños desarrapados y las pensiones de sus sórdidos oficinistas, los bares donde se emborrachan y pulsean sus bohemios y los parques y callejones que sirven de escenario a los amores de paso”. Según propia confesión, en los relatos de Dublineses se propuso “traicionar el alma de esa hemiplejia o parálisis a la que muchos consideran una ciudad”, objetivándola en un mundo ficticio, artístico, si cabe más verdadero que el real.“El Dublín de los cuentos se delinea como un mundo soberano, sin ataduras, gracias a la frialdad de la prosa que va dibujando, con precisión matemática, las calles macilentas donde juegan sus niños desarrapados y las pensiones de sus sórdidos oficinistas, los bares donde se emborrachan y pulsean sus bohemios y los parques y callejones que sirven de escenario a los amores de paso. Una fauna humana multicolor y diversa […] Un mundo sórdido, ahíto de mezquindades, estrecheces y represiones […] Una sociedad en ebullición, hirviente de dramas, sueños y problemas, que ha sido metamorfoseada en un precioso mural de formas, colores, sabores y músicas refinadísimas, en una gran sinfonía verbal” (Vargas Llosa, El Dublín de Joyce). De este modo, Joyce fue uno de los pocos autores de su tiempo que supo “dotar a la clase media —la clase sin heroísmo por excelencia— de un aura heroica y de una personalidad artística sobresaliente”, dignificando la vida mediocre a base de epifanías literarias. Es curioso que una ciudad, e incluso todo un pueblo (el irlandés), hayan quedado fijados universalmente por alguien que decía odiarlos tanto.
La mayoría de los relatos de Dublineses fueron escritos en 1905 y durante nueve años el manuscrito anduvo de editor en editor sin que nadie se animara a publicarlo. Me gusta mucho Un triste caso, que cuenta la historia del señor Duffy. Este hombre vivía en una casa vieja y sombría desde cuya ventana podía ver la destilería abandonada y el río poco profundo en el que se fundó la ciudad. Su cara, “que era el libro abierto de su vida”, tenía el tinte cobrizo de las calles de Dublín. Cuando abría la tapa del escritorio emanaba un olor a lápices nuevos o a goma de borrar o a manzana madura. Pasaba las noches sentado al piano de su casera o recorriendo los suburbios, no tenía colegas ni amigos ni religión ni credo. “Vivía su vida espiritual sin comunión con el prójimo, visitando a los parientes por Navidad y acompañando el cortejo si morían”. De vez en cuando oía un tranvía siseando por la desolada calzada. Se entera por una noticia del periódico de la muerte de una mujer que lo amó (parece ser que ella, que estaba casada, se dio a la bebida ante su desdén y acabó siendo atropellada por un tren al cruzar las vías en la estación de Sydney) y se arrepiente de haberla rechazado. Al final del relato vuelve sus ojos al resplandor gris del río, serpeando hacia Dublín. “No se oía nada: la noche era de un silencio perfecto. Escuchó de nuevo: perfectamente muda. Sintió que se había quedado solo”.
En Un encuentro se reproduce una aventura real que experimentaron Joyce y su hermano Stanislaus en junio de 1895 (James tenía a la sazón trece años). En vez de acudir como todos los días al Belvedere College, esa siniestra cárcel de jesuitas autoritarios, hicieron pellas y emprendieron rumbo a la Pigeon House, una estación eléctrica situada en la bahía. Antes de llegar a su destino, se cansaron de caminar y se sentaron en un banco junto al río Dodder a tomar galletas y limonada de frambuesa. Se les acercó entonces un hombre andrajoso con dientes amarillos y mellados, que se sentó junto a ellos y les empezó a hablar de novelas de aventuras y del pelo sedoso y las manos suaves de los niños pequeños. Al rato el hombre se levantó, se alejó unos metros e hizo algo que sorprendió a Stanislaus (Mahony en el relato), que exclama: “He’s a queer old josser!”. En la traducción al español de esta expresión —“¡Qué viejo más estrambótico!”, según la versión de Guillermo Cabrera Infante— se pierde el probable doble sentido o juego de palabras, puesto que josser (“tío”, “individuo”, que remite a fool, “tonto”, pero asimismo a “Dios” en la lengua franca comercial del Lejano Oriente) recuerda a tosser, literalmente “mamón”, “gilipollas”, pero también “pajero”, masturbator. No parece casual esa cercanía de significantes, ni mucho menos. [Obsesionado por los juegos de palabras, los símbolos y las fórmulas cifradas, Joyce emprendería finalmente el experimento absurdo del Finnegan’s Wake, del que sólo se salva la idea: un hombre tirado, moribundo, en las orillas del Liffey, con la historia de Irlanda y del mundo dándole vueltas en la cabeza]. Todo apunta a que el viejo pederasta se masturba. Cuando vuelve al lado de los chicos sólo les habla de los castigos, azotes y palizas que merecen los niños traviesos. Ellos se marchan asustados.
El último relato de Dublineses es Los muertos, escrito hacia 1906, seguramente uno de los mejores cuentos de la historia de la literatura. La perfección impresa. Antes de ir, mi idea de la ciudad estaba totalmente determinada por el ambiente de esa historia. De hecho, me hubiese gustado haber ido a Dublín en invierno y que estuviese nevando, y ver la nieve caer cruzando el puente de O´Connell, junto a la estatua, en un coche de caballos, y acudir con los chanclos a la casa de las señoritas Morkan, en el número 15 de Usher Island, y beber ponche caliente y trinchar el ganso y escuchar al cadáver de tía Julia entonando los gorgoritos de Ataviada para la boda y leer un estúpido discurso (la hospitalidad irlandesa, tristes recuerdos, las Tres Gracias, París, la cita de Browning) y volver de noche al hotel y asomarme a la ventana para sentir la emoción de la nieve que cae, que cae sin parar, que cae sobre toda Irlanda, que cae sobre las sombrías y sediciosas aguas del Shannon, que cae en el solitario cementerio en el que Michael Furey yace enterrado, que cae lánguidamente en todo el universo y lánguidamente cae, como en el descenso de su último final, sobre todos los vivos y los muertos.
*****
Dubhlinn toma su nombre de un “remanso negro” con régimen de marea situado en el estuario del río Poddle. Esto, que podría ser perfectamente un verso de T. S. Eliot, es la primera frase de la guía que saqué en la biblioteca municipal. Pura literatura.
El bed&breakfast que reservamos por internet estaba muy bien situado, junto al puente de O’Connell, pero al llegar allí reparamos en lo cutre del lugar. El váter estaba encajado entre dos paredes estrechísimas y el lavabo era tan pequeño que podía confundirse con un bebedero para hámsters. Quizá lo que pasa es que ya no tenemos edad para dormir en este tipo de sitios, dije yo tratando de convencerme (de convencernos) mientras arrugaba con escrúpulo la nariz. Los dieciocho quedaron lejos. El espíritu mochilero estuvo bien en su día, fue divertido mientras duró, pero ahora ya conocemos el significado de la palabra lumbalgia. Lo único bueno de un antro así es que estás deseando salir corriendo a la calle y descubrir la ciudad. Pateártela de principio a fin y volver derrengado al colchón con los párpados caídos por el agotamiento. Además, al segundo día ya te has olvidado de las directrices de la OMS sobre higiene y hasta los desayunos comunales de café rancio y tostada rota con las universitarias erasmistas tienen su encanto: los bostezos desatados, las preciosas ojeras de tanta juerga saludable, la fragancia del champú en las melenas recién duchadas… Casi apetece quedarse a jugar un campeonato de mus, charlar en el sofá o ver la televisión… y fingir que no vas a clase. Lo fundamental es no mirar cómo friegan las tazas, platos y cubiertos. Te podría dar un mal.
La primera cosa que me llamó la atención al salir a la calle fue la presencia de gaviotas. Me llamó la atención, obviamente, porque no me lo esperaba: la sorpresa se mide siempre por el grado de ignorancia previa. Las ciudades con gaviotas, si no tienen acceso directo y visible al mar desde el centro, me suelen descolocar en un primer momento. Se produce un desajuste de la realidad, un resorte que nos saca fuera de nosotros mismos y hace que nos veamos desde lo alto como si fuésemos aliens o místicos bilocados. Es algo parecido al “extrañamiento” o “desfamiliarización” que postulaban los formalistas rusos. Por decir algo.
Dublín es ahora una ciudad deprimida, callada, triste, en decadencia. Sus habitantes tienen la mirada turbia, abatida y rencorosa, como los mendigos de pasado ilustre. Antes estaban flotando en lo más alto de la burbuja financiera, brincando como niños felices en un castillo hinchable, pero la fiesta terminó y se precipitaron al vacío con gran estrépito y violencia. Hace diez años todo era júbilo, entusiasmo, dinero. Las multinacionales emplazaban aquí sus sedes europeas para beneficiarse de sus óptimas condiciones fiscales. Sobraba la pasta por todos lados y los nuevos ricos hacían alarde de su prosperidad, gastando lo que no tenían. Ahora, en cambio, los pisos han caído a menos de la mitad de su precio, no hay casi servicios públicos y el Estado, al borde de la suspensión de pagos, tuvo que ser rescatado por la UE. De repente se cayeron del guindo y se quedaron con cara de tontos, como cuando el árbitro te roba el partido. Medidas inmediatas: recortes de 15.000 millones de euros en el gasto público y eliminación de 25.000 puestos de funcionarios (y bajada del sueldo de los restantes), así como subida generalizada de los impuestos.
L., que vive a quince minutos del centro, nos pasea en coche por la región: nos lleva al puerto de Howth (junto a la famosa Torre Martello del Ulises, donde Joyce pasó seis noches en 1904 y que ahora es un museo en su honor), al castillo de Malahide, a Bray, a Glendalough, a Dun Laoghaire… Mientras recorremos el paseo marítimo de Bray, con su hilera de chalets, el monte con faro al fondo y la noria a un lado, pienso en nuestro cicerone literario, James Augustine Aloysius Joyce, que vivió aquí de pequeño, en la época más próspera de su padre como recaudador de impuestos, antes de su quiebra total. Fue en esta playa donde este misógino ginéfilo se enamoró por primera vez. La culpable era Eileen Vance, hija de una familia protestante, que después aparecería de manera aleatoria en varios de sus libros.
*****
Imagino a Joyce con su parche en el ojo izquierdo, mirando de reojo a la posteridad con aires de glaucoma, componiendo la mueca del genio incomprendido. Dice Javier Marías en Vidas escritas que Joyce es de esos artistas que de tanto prodigar el gesto de la genialidad acaban por persuadir a sus contemporáneos y a las siguientes generaciones de que en efecto son genios sin remisión. Joyce era, según propia confesión, un hombre huraño, triste, celoso, solitario, insatisfecho y orgulloso.
Lector compulsivo, bebedor y putero, le escribía cartas obscenas a su mujer, Nora Barnacle, en las que le exigía todo tipo de detalles sexuales íntimos. No andaba muy desacertado H. G. Wells cuando apuntaba a la cloacal obsession de Joyce en una desdeñosa carta que le envió sobre el Ulises. Las opiniones sobre esta novela experimental de otros ilustres escritores de la época tampoco fueron demasiado elogiosas: “En Irlanda se tiene la costumbre de intentar curar a un gato de sus malos hábitos frotándole la nariz con su propio pis. Y el señor Joyce ha probado a hacer lo mismo con el género humano” (Georg Bernard Shaw); “Ulisses fue una catástrofe memorable: inmensa en su atrevimiento, extraordinaria en su desastre […] Parece escrito por un nauseabundo estudiante que se rasca los granos” (Virginia Woolf).
Joyce escribía como leía: con lupa. Como Proust o Ramón, Joyce miraba el mundo a través de un cristal de aumento, atendiendo a lo microscópico de la vida. Por eso, según Ortega, los tres consiguieron superar el realismo extremándolo. El estilo de Joyce, como el de Proust, le obligaba a añadir más y más cosas, compulsivamente, emborronando hasta el infinito las sucesivas pruebas de imprenta. Su manía descriptiva le llevaba al extremo de enviar cartas a sus amigos desde Trieste o Zúrich para preguntarles qué árboles eran exactamente los que había en tal esquina concreta de su ciudad natal.
Ni los celtas, ni los vikingos, ni el Libro de Kells, ni el Trinity College, ni la catedral de San Patricio, ni el trébol de cuatro hojas… Dublín es un chico gordo y pedante subiendo las escaleras de la Torre Martello.
Como residente en dublin desde hace más de 5 años, permítame decirle que sus impresiones acerca de la ciudad son bastante erróneas, que es lo que suele suceder cuando establecemos conclusiones tras de una visita de fin de semana.
No hay nada como el placer de un desayuno en la cama un domingo por la mañana y, en lugar del clásico periódico, el ‘laptop’ al lado y un artículo como este para empezar el día. Excelente.
No estoy de acuerdo en que Dublín sea una ciudad triste y callada (además de literaria, es muy, pero que muy musical). El toque decadente es parte de su atractivo, aunque eso cuesta aceptarlo. De todas formas es simplemente mi punto de vista.
Comentario pedante del día: la torre Martello del Ulises de Joyce no está en Howth sino en Sandycove.
Es lo que tiene…se empieza con el «laptop» al lado y se acaban haciendo comentarios pedantes.
Mis impresiones sobre Dublín no son tan negativas, será que me ha abducido Joyce… En cualquier caso no he llegado a expresarlas en el artículo, que se ha quedado más en lo literario.
Sí, hay alegría, vida y música, pero están de puertas adentro de los pubs. Fuera de ellos la sensación que transmite la ciudad (al menos para mí) es de tristeza. Puedo equivocarme al achacárselo a la crisis.
Me gustan mucho las ciudades decadentes (Lisboa, Roma, Cádiz, Nápoles…), pero es otro tipo de decadencia.
Lo que más me gustó de Dublín (si pasa por aquí algún nacionalista irlandés espero que no se enfade) es todo lo que tiene de inglés, que es precisamente lo que han tratado de tapar o destruir. No vamos a tener todos los mismos gustos.
Además, ya se sabe que las generalizaciones son tramposas: seguro que hay un dublinés o dos que son abstemios.
Ver hoy Dublin desde la optica de Joyce es como darte un paseo por Madrid con Baroja o Galdós en la cabeza. Basicamente en un siglo Irlanda ha pasado por la independencia, guerra civil, aislamiento, años de pujanza económica hasta ser lo que es hoy, quiero decir, que ha pasado mucha agua por el Liffey.
Dublin no es una ciudad decadente, es una ciudad de contrastes donde ves los edificios y barrios (ir a los docklands por ejemplo), construidos durante la etapa del celtic tiger, junto a edificios ruinosos con las ventanas rotas… bueno, eso es Dublin. No hay pose ni propósito de decadencia, si no fuesen tan vagos Dublin hoy sería una ciudad pequeña pero de referencia.
El carácter, pues es un carácter hecho a lo que que ha experimentado históricamente, pero poco tiene de triste o de nuevo, decandente, es una población muy joven, de las mas jovenes de europa, muy dinámica, alegre y positiva, claro que hay nackers por las calles, pero en general te encuentras gente muy abierta y noble, muy lejos del tipico listillo español. Cierto que es una gente que vive el día a día, y que hasta cierto punto son algo conformistas, pero tampoco se vienen abajo con lo que ha sucedido en los últimos años.
Coincido, a poco que escarbas ves que es profundamente inglesa, desde el cielo la división en countys, tan irlandesa, es inglesa, por no hablar de costumbres o ya si vamos a asuntos más mundanos instituciones o trámites administrativos, pero es inglesa a la manera de un pueblo, no a la manera londinense (bueno, igual Londres no es muy inglesa)
Y lo que han mencionado, ahora mismo es muchisimo más músical que literaria, ir a cualquier pub un viernes y escuchar un grupo, y ademas bueno, o estar en un pub y que un señor mayor se atreva a criticar musicalmente una versión de Neil young, por ejemplo, con conocimiento.
Triste?, vaya usted en abril o mayo, tendrá otra impresión. El invierno es oscuro porque anochece pronto, pero en primavera anochece a las 11
Mire, Fernando Cortés, es imposible hablar con quien no sabe leer o no quiere entender. Lo dejo por imposible. Explicar lo obvio resulta muy cansino.
Primero dice que mis impresiones sobre Dublín son «erróneas» cuando ni siquiera las he expresado. (¿quién es aquí más rápido «estableciendo conclusiones»?).
Vi varios conciertos en pubs, y permítame que me parezca triste… o lo que me dé la gana. Es absurdo ir diciendo a la gente lo que tiene que sentir.
Por cierto, estuve en Dublín A FINALES DE JULIO. A ver si va a resultar que es usted ese «típico listillo español» que dice.
(Conteste lo que quiera que ya no pienso decir nada más)
Me parece poco elegante que el autor del artículo se permita semejante rabieta con un lector que, además de molestarse en leer su texto, hace aportaciones que no son en ningún caso destructivas, sino que suman a las impresiones sobre Irlanda y los irlandeses que se desprenden del artículo (por más que dichas impresiones no sean el tema central del texto). ¿»Conteste lo que quiera que ya no pienso decir nada más»? Además de entregarse al diálogo con el fantasma de Joyce, sería interesante que no se negara a conversar con sus lectores de aquí abajo.
Tiene toda la razón, rectifico: es un placer -mejor dicho, un honor- recibir comentarios tan bienintencionados, tolerantes y humildes como los del señor Cortés, por no hablar de su amenidad.
En qué estaría yo pensando, creo que la culpa fue de mi estado de ánimo tras el último Madrid-Barça.
Gracias infinitas por leerme con tanta atención. Aquí está su servidor para darles conversación cuando lo deseen.
Creo que usted tampoco destaca en comprensión lectora. No se enfade, no pretendo crear polémica ni discutirle nada, simplemente aportar otro punto de vista.
Usted ha expresado su opinión sobre Dublin después una breve visita de un fin de semana o una semana en Julio (asumimos que es de digestión lenta o escritura macerada), dichas opiniones son el reflejo de su subjetividad, perfectamente válida y aceptable.
A su subjetividad he contrapuesto la mía, basada igualmente en percepciones propias e indemostrables desde un punto de vista empírico, aunque eso sí, fundamentadas no en una visita, sino en una residencia prolongada en el tiempo.
Ambas son validas, a usted le pareció un sitio dónde la gente iba triste y cabizbaja, ignoro por dónde paseó usted o cuales fueron los puntos centrales de su visita. Mi opinión es que no hay tristeza ni miradas perdidas en sus habitantes (a alguno de los cuales tengo la suerte de conocer). De nuevo, ninguna visión tiene por que ser más acertada que la otra aunque el índice de error de la suya sea más elevado (si yo voy el fin de semana de la feria de Abril a Sevilla, dios me libre, posiblemente llegue a conclusiones equivocadas)
Que cada lector elija la suya. Dublin no es una ciudad que impresione en visitas cortas, no hay monumentos grandes, no hay construcciones destinadas a epatar al viajero, me temo que para disfrutarla hay que vivirla, lo digo por que sus impresiones no me sorprenden.
Jajajaja, señor Fernando Cortés, ¡ha logrado despertir en un servidor la ternura! ¡Qué entrañables son sus comentarios y su pretenciosa prosa! Coincido con ustedes en que el autor se ha mostrado un tanto irascible, pero aguantar que un presunto residente en Dublín (en efecto, listillos españoles que hacen un Erasmus y están deseando contarlo en todas partes, ya sea Facebook, Twitter o comentando artículos en páginas web en los que se cita a escritores que no han leído ni leerán porque están hablando de Neil Young: no nos interesa) trate de afear una descripción evocadora y literaria con un «ES UNA CIUDAD DE CONTRASTES» ¡¡¡¡¡Por Diossss!!!!!! Le ha faltado a usted decir que es UN MARCO INCOMPARABLE. Madre mía. Lo dicho, creo que este tipo de lector es indigno de una web como ésta y que está deseando gritar al mundo que está en Dublín y que, incluso ¡¡¡¡CONOCE A ALGÚN DUBLINÉS!!!! Increíble. Enhorabuena.
Me alegro de haber «despertido» algo en usted, aunque sea la ternura (aunque levanta la cuestión de cuales son los interruptores que despiertan la suya).
Aunque no tengo porqué proporcionarle información, viví en Dublín por un período de cinco años, (el erasmus más largo de la historia), no estoy especialmente orgulloso de ello. Como ciudad no es mejor o más literaria que Barcelona o Madrid, Paris, Berlín o Londres ni encuentro especialmente interesante renegar de España por el hecho de estar fuera.
Tampoco voy a hablar de lecturas pues sin conocerlo a usted, apostaría que las mías doblan (y me quedo corto) las suyas, en número, calidad y sobre todo aprovechamiento. Aunque tampoco tengo porqué darle explicaciones, le diré que la literatura irlandesa no me era extraña antes de vivir allí, mucho menos después y por supuesto abarca algo más que una léctura (o empacho) del Ulises, que por cierto, si que me resulta pretencioso y ni de largo me parece lo más interesante o descriptivo del caracter irlandés de Joyce (evito hablar de otros autores que sin duda desconocerá)
Respecto a los contrastes, como usted no ha vivido alli, no sabe de que hablo. A veces simplemente el tópico es cierto. En Dublín convive la arquitectura moderna y vanguardista con edificios en ruinas o a punto de estarlo, unos al lado de otros. Eso es un contraste, y se extiende a otros ámbitos. Igualmente hay contrastes en la luz, pues pasa de ser una ciudad oscura a ser un sitio luminoso. De nuevo, usted no tiene ni pajolera idea de esto y se quedará con que es una ciudad oscura y gris.
Gracias por identificarme como lector non grato de esta publicación, me alegra saber que no tengo nada que ver con otros lectores como usted, pero permítame por favor continuar eligiendo mis lecturas y criticarlas si me place. Espero que no sea mucho pedir.
Acabo de leer Ulises y estoy deseando ir a Dublín. He sintonizado con el texto, que me ha gustado mucho. Y esta pequeña trifulca autor/lector ha sido deliciosa…aún diría que muy Ulissiana (perdón)
Lo del amargor por el Madrid-Barça ha sido la guinda (del merengue) jajaja.
(Fdo: una merengona)
Más que el Ulises yo recomendaría Dublineses. Me gusta más, impone menos. Y de postre la película de John Huston…
¿A alguien le interesa Dublineses?
Estimado señor Cortés, le ruego encarecida y sinceramente que me disculpe. Al leer mi comentario del pasado sábado siento absoluta vergüenza. Le ruego me disculpe pues los foros de internet, y más en una publicación de tan alta talla como esta, no son espacios para descargar la ira acumulada en el día a día. Tuve un momento de debilidad y fue un inmenso error volcar contra usted, a quien no conozco y cuyos comentarios no han sido lacerantes para nadie (los he releído), las desdichas de nuestra vida cotidiana. Obviamente usted puede consultar los medios que desee en el ejercicio de su libertad y su civismo y un servidor no puede desacreditar a nadie para hacerlo. Perdone nuevamente y un saludo grande.
jejeje, lo que se van a mondar, si el tema es que ni siquiera he vivido en dublin, no he salido de mi pueblo de murcia en la vida y lo más largo que he leido es la hoja parroquial cuando no tengo el jueves para visitar el excusado, pero bueno, por pasar el rato.
Viven ustedes juntos? (Rivas y el autor claro), digo por que parecen compartir «arrebatos»
Ya en serio, que si, que sean felices y que el personal visite Irlanda (o cualquier otro sitio hay que disfrutar de las cosas buenas de todos los sitios del mundo mundial) para sacar sus propias conclusiones, (Irlanda lo recomiendo en Abril-Mayo cuando mejor tiempo hace). Y tomense una Smithwicks a mi salud.
Dios mío, que rica está la Smithwicks. Y Dublín es una ciudad europea, a diferencia del resto de las irlandesas (yo disfruté y padecí Cork una buena temporada). Haya paz…
Qué bien, con suerte acaba este absurdo…
No conozco al sr Rivas, pero por si acaso hay algún despistado (ya no sabe uno qué pensar sobre lo obvio), quede constancia que mi comentario de «03/02/2012 21:15» era pura ironía, claro.
Y como se puede ver, el intento de abrir conversación ha tenido mucho éxito. Nada más.
Gracias por la aclaración, espero hoy poder conciliar el sueño, aunque dicho sea de paso, mal asunto cuando uno tiene que explicar que ha pretendido ser irónico.
Me ha encantado el artículo . Creo que tambien salía Dublín en el Retrato del Artista Adolescente.
Jajaj muy buena la ironía …
Gracias, Emma. No he leído el artista adolescente, aunque me parece que hace tiempo lo intenté. Me ha entrado la curiosidad. Lo buscaré.
desHarrapados, por darwin.
Permítame discrepar de su descripción de ésta gran ciudad que es Dublín. No está usted muy acertado, la verdad. Supongo que será debido a una corta estancia de fin de semana lo cual hace imposible sacar una conclusión veraz acerca de la ciudad. Siento que se haya lanzado a describirla en un articulo con tan poca información fiable.
Me ha gustado mucho el artículo. Bienvenido sea cualquier texto que me hable de Joyce y sus Dublineses.
Sin embargo, es una pena que el final de «un triste caso» sea tan mal traducido. La prosa de Joyce es una cosa exquisita, delicada, y sea cual sea el traductor, se ha cargado en dos líneas la musicalidad de ese relato. Aquí está el último parrafo en VO:
«He turned back the way he had come, the rhythm of the engine pounding in his ears. He began to doubt the reality of what memory told him. He halted under a tree and allowed the rhythm to die away. He could not feel her near him in the darkness nor her voice touch his ear. He waited for some minutes listening. He could hear nothing: the night was perfectly silent. He listened again: perfectly silent. He felt that he was alone.»
Saludos y siga hablándonos de J. Joyce.
Animo a quien quiera leer a Joyce, que para mí se convirtió en un reto allá por los veinte años, ahora tengo casi el triple de estos años, a que lo hagan, pero si leen en español, como yo, les recomiendo que la edición de Ulises que elijan sea la traducción de Francisco García Tortosa, porque yo empecé hace tanto con la de José Mª Valverde y no había forma de llegar a las Sirenas. El libro se me moría en las manos y en la cabeza porque no era capaz de seguir sabiendo de qué iba la historia. Luego conseguí una la traducción de Salas Subirat, que es la primera y claro, las cosas empeoraron bastante. Las traducciones son en orden: Salas Subirat (1945), José Mª Valverde (1976) y García Tortosa (1999). La diferencia es abismal. He leído este libro unas cuantas veces, ahora ya por placer de encontrar tesoros escondidos entre sus párrafos y siempre es un placer, o debiera decir, cada vez es un mayor placer. Tuve igualmente una mala experiencia con una traducción de La Metamorfosis, menos mal que había leído primero la versión buena y luego cayó en mis manos la peor, al releerla en otra traducción distinta. En fin, yo también estuve en Dublín y caminé por las calles que transita Bloom y estuve parado en la esquina del Rotunda Hospital, esperaba ver pasar un coche fúnebre de caballos en cualquier momento y también en Sandycove en la Torre y me llevé a un jesuíta para llamarlo desde la plataforma y decirle: ¡sube maldito jesuíta! y tiré una carta al Liffey y bebí cerveza negra, la que pude. Les animo, como decía al principio a leer este autor y a visitar Dublín y que cada uno lo viva como sepa. A mí me pareció un lugar magnífico y espero que a nadie le incomode que me lo pareciera. Compré jabón de limón en Lincoln Place, y me da igual que sean falsos. Leímos en grupo, en Sweeney un capítulo de Dublineses. por cierto que el nuevo Sweeney habla español. Se trataba más bien de homenajear a un autor que me ha brindado muchos años de lecturas y satisfacción a lo largo de toda su obra. Del artículo no diré nada porque creo que cada cual dice lo que quiere decir. Espero poder seguir haciéndolo, aunque tal como están las cosas en esta «cultura occidental» no sé si tendremos que leer a Joyce a escondidas o negar que lo conocemos, ya escucharon a Shaw y Woolf despotricar del maestro, sin complejos.
Interesante artículo. No se puede negar que la relación entre el espacio urbano y la literatura llega a ser bastante importante en ciertas ciudades, tanto desde el punto de vista de cómo la ciudad se ve reflejada en las obras como desde el de la percepción que la literatura hace que tengamos de una ciudad. Evidentemente, la de Ernesto Baltar no coincide con la de otros lectores porque se trata de algo subjetivo. No obstante, es algo a lo que los críticos han estado prestando bastante atención,particularmente, al menos en el mundo anglosajón, en lo que concierne a Londres.
La versión original del final de «Dublineses» de John Huston que ha puesto el autor está muy bien pero los que no dominamos el inglés nos perdemos la que para mi es una de las escenas más emotivas de la historia del cine. Aquí está la versión doblada:
http://www.youtube.com/watch?v=bCYMwT-Oikw
Estimado Ernesto, un muy buen artículo, lo que viene siendo la regla para Jot Down. Más allá de las opiniones, que son siempre personales, valoro que en pleno siglo XXI se haga un esfuerzo por recordar a los grandes autores y por escribir artículos extensos, lo que marca la diferencia con otros sitios que finalmente no entregan una opinión. Valoro también que en los comentarios intervenga el propio autor del artículo, los lectores sentimos que nuestra opinión es considerada. Saludos cordiales desde Chile.
Aún no conozco Dublín, pero lo haré algún día. Llevaré conmigo el recuerdo de «Dublineses» y el de la ciudad en los 50, que Benjamin Black, al que estoy leyendo actualmente, recrea en la serie del doctor Quirke.
Gracias por el artículo.
Un saludo.