Entendámonos: el objetivo de este artículo no es vaticinar que Ricky Rubio va a convertirse con toda seguridad en una estrella de la NBA. El mensaje no es un anuncio que será un grande de la NBA, que se establecerá sin que nada ni nadie pueda impedirlo. No puedo anunciar lo que no sé. Podría no adaptarse, podría no dar de sí todo lo que se espera de él, podrían suceder muchas cosas. Nadie puede predecir el futuro.
Pero sí podemos leer el presente y cuando digo “leer”, lo digo literalmente. Ya sea en la prensa estadounidense, ya sea en las declaraciones de los rivales o en las caras de los aficionados, hemos leído que puede haber un verdadero fenómeno en ciernes. Rubio, tras dos años de espera desde que fue elegido en el draft y tras un considerable revuelo previo —el proverbial “hype” americano— finalmente ha desembarcado en la NBA y lo ha hecho con un partido discreto en números pero exuberante en estilo. Partió del banquillo, jugó veintiséis minutos (6 puntos, 6 asistencias y 5 rebotes) pero en este caso los números son absolutamente lo de menos. Es más, su equipo perdió, pero aun así los aficionados locales abandonaron felices sus localidades. ¿Por qué?
Porque Rubio lo tiene. Entusiasmó a los espectadores. Cautivó a los periodistas. De entre las numerosas crónicas norteamericanas que he leído sobre el debut de Rubio en la NBA, los adjetivos más repetidos para definir su actuación son “impresionante” y “brillante”. Tampoco escasean los “deslumbrante” y “estimulante”. Todas las voces (o todas las que he leído y escuchado, que han sido muchas) han coincidido: en su primer partido en la NBA Ricky Rubio aportó espectáculo, ofreció algo diferente para contemplar en mitad de un partido que de otro modo bien podría haber sido un rutinario ejercicio de competición sin mayor interés. Pero hasta aquí podríamos decir que los cronistas se han limitado a reflejar la realidad: Rubio hizo varias jugadas realmente remarcables, especialmente en forma de asistencias a lo Steve Nash. No es eso lo que más me ha llamado la atención. Lo más llamativo es que la inmensa mayoría de los cronistas coinciden también en afirmar que el jugador tiene el potencial para continuar en la misma línea e incluso mejorar; a nadie le ha parecido un espejismo su actuación. No hay “sí, bueno, ya veremos” o “la NBA será demasiado para él”. No he percibido ese curtido escepticismo que, para ser franco, esperaba encontrar en las crónicas (aunque lo esperaba antes de que se hubiese jugado el partido, claro está). Y esto sí me sorprende. Resulta, vivir para ver, que los norteamericanos tienen verdadera fe en él. En resumen: les gusta Rubio. Les gusta de verdad. Y eso no es cualquier cosa, no es algo fácil de conseguir.
Gasol no conquistó tan fácilmente los endurecidos corazones del espectador de la NBA y hubo de ganar títulos ejerciendo como inseparable escudero de todo un Kobe Bryant e inflando estadísticas para que se le reconociesen sus méritos: es decir, necesitó llegar todo lo alto que un jugador de baloncesto puede llegar, ganar un anillo siendo una de las piezas clave del equipo campeón. Y por momentos ni eso parecía bastar para que Gasol haya gozado de todo el renombre que por justicia merece. Siempre ha dado la impresión de que su renombre en EEUU andaba por debajo de sus enormes logros, y este último verano hemos tenido nuevas pruebas de ello.
Pero para Rubio ha sido llegar y besar el santo. O mejor dicho, llegar y que los santos lo besen a él. Insisto en que no podemos decir cómo le irá en el futuro, pero con poco que su juego haga justicia a su potencial se ganará un nombre en letras doradas sobre una luminosa estrella de cinco puntas. Los estadounidenses han decidido maravillarse con Rubio, están deseando quererlo, eso es algo que cualquiera puede captar fácilmente leyendo esas mismas crónicas de las que hablamos aquí. Y reincido en la idea: los americanos no siempre quieren a los buenos sólo porque son buenos. En el país de Hollywood y el Rock & Roll se necesita, además de valer, gustar. Que no es lo mismo.
“Bienvenidos al show de Rubio”, dicen en alguna columna deportiva. “Por fin hay algo que ver en Minnesota”, dicen en otra. Incluso Scott Brooks, entrenador de Ocklahoma City Thunder —el equipo rival en el debut de Rubio— no pudo evitar mostrar su asombro ante la repentina encarnación del largamente anunciado prodigio de veintiún años: “he estado oyendo hablar sobre él durante seis años y cuando lo vi por primera vez hace treinta minutos, era como ¡wow, es real! Es como un héroe popular”. Y efectivamente: Rubio atrajo del nuevo al públicoa las gradas, llenó las localidades del recinto de uno de los peores equipos de la liga. Se llevó los mayores aplausos incluso por encima de las estrellas establecidas del escuadrón. Fue el centro de atención de un partido que terminó siendo un mero acto de presentación del fenómeno Rubio ante el que es ya, en todos los sentidos, “su” público.
Porque en Minnesota, ni que decir tiene, Ricky es ya una estrella local (¡habiendo jugado un solo partido y ni siquiera completo!) y se habla de él como del revulsivo que tanto estaban necesitando para ilusionar a una sufrida afición. “Ahora tenemos esperanza”, decía un satisfecho seguidor de los Wolves al terminar el partido, ese encuentro que su querida franquicia acababa de perder pero del que, mire usted por dónde, había salido con una ilusión renovada. Cuando un jugador hace que los seguidores sonrían tras una derrota, es que ese jugador tiene algo muy especial. Definitivamente.
Que nadie piense que estoy lanzando las campanas al vuelo sobre el futuro del jugador. No es ése el tema de este artículo. Rubio sólo ha jugado un partido y nadie sabe si dentro de un par de años será una celebridad mundial o por el contrario otro de tantos jugadores a quienes la NBA no asimiló, masticándolos y devolviéndolos doloridos a Europa. No estoy anunciando lo que va a ocurrir con Rubio en el futuro, sino lo que acaba de ocurrir ahora mismo ante nuestros ojos. Hemos podido ver que el chico tiene madera de estrella y que probablemente —no, con toda seguridad— la tiene más en Estados Unidos de lo que la tiene incluso en España. Quizá sean su juventud y su cara de perfecto buen chico las que han ayudado a que su finura —por otro lado característica de muchos jugadores europeos— haya sido aceptada como muestra de talento puro y no de blandura, como tantas veces ha sucedido con la injusta percepción que bastantes norteamericanos han tenido de Pau Gasol. Quizá sean el peinado a lo Pete Maravich o el aura de niño prodigio los que le permiten a Rubio hacerse perdonar su poca puntería anotadora, cuando la anotación es la fijación —junto a la musculatura—de un apreciable porcentaje de los modernos aficionados del basket USA. Quizá sea su aire de exótica inocencia, del talento extranjero del que se hablaba mucho y se dudaba más, pero que no sólo ha resultado saber jugar bonito, sino que para colmo cae bien y despierta una especie de ternura, un agradecimiento por el hecho de que —finalmente— tanto “hype” venido de la siempre sospechosa Europa tenía una base real. Habría que ser sociólogo para entender por qué Ricky Rubio despierta ese encantamiento en la NBA mientras otros jugadores que también lo merecen, entre ellos algunos españoles, no lo han conseguido de igual manera. Pero lo cierto es que así son las cosas. ¿Que el encantamiento podría terminar si su juego no cumple las expectativas? Naturalmente. Pero, de entrada, ha conseguido lo más difícil: enamorar. Al público, a la prensa, a sus compañeros y a sus rivales.
Es el primer paso de lo que podría terminar siendo una historia de amor entre la NBA y el español. Una historia no exenta de peligros, puesto que los aficionados norteamericanos son expertos en amarte hoy tanto como te despreciarán mañana… pero mejor es haber sido amado intensamente aunque sólo sea por poco tiempo que haber causado indiferencia. Y Ricky, lo acabamos de comprobar, no causa indiferencia precisamente.
Así que mi hipótesis es esta: no sé —ni puedo saber con seguridad— si Rubio triunfará en la NBA a nivel competitivo (tal vez no, y no lo sabremos quizá hasta dentro de un par de años) pero si juega bien se convertirá rápidamente en una superestrella. Y cuando digo “superestrella” no hablo sólo de sueldos, ni de títulos, ni de romances con modelos. Hablo de un romance con el público y la prensa. Aunque España ha plantado ya varias picas en el Flandes del baloncesto profesional más potente del mundo y alguna de esas picas ha sido grande como un castillo —como lo es Pau Gasol y no sólo en estatura física—, Ricky Rubio podría plantar, además, un estandarte como nunca hemos visto ondear en aquellas costas. Algo que va más allá de los simples números o los meros análisis competitivos. Algo que está hecho de otro material.
Su estrella ha empezado a brillar en el mismo momento en que ha pisado cancha americana por primera vez. Y cuando los norteamericanos deciden que van a obsequiar con su adoración a alguien, no se andan con contemplaciones. Lo repetimos: Ricky Rubio lo tiene. Jugadores tan buenos o mejores no lo han tenido. Y ese algo que se tiene o no se tiene es una cosa que tiene poco que ver con el juego, que no se puede comprar ni vender: es el amor del público. Hoy he descubierto, no sin cierta regocijada estupefacción, que un jovencísimo jugador que últimamente ha venido siendo objeto de dudas en España se ha metamorfoseado en el embrión de lo que podría ser una gran figura en los Estados Unidos. Sólo el tiempo dirá qué sale de todo esto, pero un único partido ha bastado como demostración fehaciente: en la NBA, Ricky Rubio tiene —casi podría decirse que “por las buenas”— madera de estrella.
Y no, esto no sucede demasiado a menudo. No por las buenas. Y menos con los nuestros. Ya tenemos un motivo más para seguir con intriga la NBA porque algo podría estar pasando, algo nuevo que no habíamos visto antes. Los próximos meses prometen ser apasionantes. Si él no falla, nos obligarán a escuchar su nombre a menudo, y no con nuestro propio acento como estábamos acostumbrados hasta hoy. Hay un astro en ciernes. Atención.
Gasol no ganó títulos colectivos hasta llegar a Lakers, pero algunos años antes de eso, en Memphis, ya fue All-Star, por lo que algo de reconocimiento ya tenía.
Hola Toni,
Evidentemente Pau Gasol gozaba de reconocimiento en la NBA por entonces, pero ni mucho menos de todo el que a mi juicio merecia. Es más, ni siquiera creo que hoy goce de todo el reconocimiento que realmente merece, o no por parte de todo el mundo. Este verano hemos podido comprobarlo.
Lo de Ricky ha sido muy distinto, muy inmediato, y por eso me ha llamado mucho la atención. Ha sido un amor a primera vista entre él, el público y los medios estadounidenses. Algo que podría esfumarse en un par de meses si las cosas se tuercen, claro está, pero que jamás sucedió con Gasol.
Te digo más: de las crónicas que he leído, no he seleccionado sólo los adjetivos más hiperbólicos para apoyar la tesis del artículo. Todo lo contrario, resúmenes como «Ricky impresionó en su debut» han sido bastante comunes. Me sorprende porque llevo años leyendo comentarios escépticos sobre «ese niño prodigio que nos quieren vender desde Europa».
Rubio tiene un potencial estelar que Gasol no tuvo en su momento y que no tiene sólo que ver con la calidad de su juego. El deporte es un espectáculo, y en el espectáculo hay gente que tiene cualidades de estrella. No siempre porque lo merezcan, no porque se lo hayan ganado y desde luego no porque se trate de un fenómeno racional.
Lo que podría haber sido un dudoso desembarco en la NBA —Rubio es muy joven, hay presiones añadidas sobre él, la NBA es difícil— ha dado sólo un primer paso, pero los comentarios que ha despertado ese paso hacen que se redoble el interés por seguir su trayectoria en los EEUU.
Un saludo.
Estamos de acuerdo.
Creo que esa diferencia de trato se debe fundamentalmente, a dos factores:
A día de hoy los americanos ya son conscientes de en Europa hay jugadores muy buenos, mientras que cuando llegó Gasol sólo lo intuían.
Gasol es pura eficiencia, juego sobrio y efectivo; mientras que Ricky es más espectáculo (aunque también es muy buen defensor), al estilo de Jayson Williams o Pistol Maravich. Si además de aportar show, aporta resultados, triunfará. Si se queda en las asistencias sin mirar, será un segundón que, probablemente, en unos años volverá a Europa.
Si, pero siempre cundió esa mentira mil veces repetida que dice «Gasol es un defensa blando.»
Por mucho All-Star al que hubiera acudido, tal y como dice Uno, lo tildaban siempre de blando. De hecho las críticas florecieron tras aquella primera final contra los Boston Celtics. Hasta aquella defensa sobre Howard en las Finales del año siguiente no se escucharon verdaderas alabanzas sobre su juego, sin que apareciese el sempiterno «soft».
BTW, buen texto, E.J. . A mi me ha sorprendido de sobremanera el tirón mediático que está teniendo el chaval. Si al final cuaja Rubio, me van a hacer mucha gracia, tras dos años de pasotismo mediático en torno a su figura, los «si yo ya lo sabía, este chico es la hostia» de los grandes medios.
Entonces confirmamos, los americanos son simplones hasta para endiosar a un jugador de basket.
Todo correcto.
Bueno, antes de nada, felicitarte por el artículo. Es una reflexión bastante sobria sobre el ‘efecto Ricky’. Yo me quedo con lo que comentas. Hay pocos jugadores que logren enamorar al público, echizarlos, como el protagonista de ‘El Perfume’. Sería simplesco reducir a Ricky Rubio a una estrella más del ‘stablishment’ estadounidense, una estrella de lo estético a lo Justin Bieber. Va más lejos de eso. Supongo que la mezcla de magia y conocimiento del juego les hace quedarse flipados a los aficionados, ya que en esa liga o eres espectacular, o eres efectivo. Casi nunca salen jugadores que sean al 50% de las dos cosas. Y Ricky pertenece a ese pequeño grupo, donde podríamos poner a Steve Nash, a Blake Griffin, al Iverson de los Sixers, al Vince Carter de los Raptors, o al Lebron James de los Cavs, es decir, gente que siempre tienes ganas de ver sus resúmenes, que generan espectación. Esto no pasaba ni pasa con Pau, porque Pau es más de la escuela de Fernando Martín, un tío que entiende el baloncesto como un juego casi matemático, donde lo que cuenta es el esfuerzo individual al 100% y la imaginación queda muy por debajo de la ortodoxia.
Ricky, digamos, no creo que piense así. Para él la ortodoxia significa enjaular su talento, y lo hemos visto en Europa. Con rígidos sistemas acaba borrándose del partido, directamente. Se aburre. Ahora bien, cuando le pones en el banquillo a un señor que se inventó al equipo más mágico que yo he visto en mi vida, hablo lógicamente de Rick Adelman y de los Sacramento Kings de principio de siglo, la cosa cambia. Se vuelve muy diferente. Este Ricky se parece un poco al que descubrió don Alejandro García Reneses en Badalona. Y no es malo que haya vivido dos añitos en la ortodoxia, con el Barsa y su juego 100% tradición europeo. No es malo, porque también ha aprendido a que uno no debe olvidar que un partido de baloncesto es un juego de ajedrez donde cuenta la imaginación, el talento, pero también el esfuerzo y compromiso. Y has nombrado a un jugador como Jason Williams, que fantasiado y embriagado por su propio juego se pasó al lado oscuro, es decir, a anteponer su talento por encima de su trabajo. Lógicamente fracasó. Si Ricky es capaz de equilibrar su magia y su trabajo, ¡tachán!, aquí hay estrella para rato.
Y hay otra cosa que has dicho que comparto al cien por cien. Con Ricky podríamos vivir algo nuevo en esa liga. Primero fueron los drafts, navegados por Martín, Montero, Herreros, Dueñas, Raúl López, etc. Y después fue la explosión de Pau Gasol, la llamada al all-star con la camiseta de los Grizzlies (algo impensable), la más impensable aún llegada a Playoffs con ese equipo, y después la consagración con Lakers, los dos anillos y tres all-stars ya siendo un tipo muy respetado y determinante.
Con Ricky podríamos alcanzar el súmun, que ya es algo muy serio como ser considerado un ÍDOLO. Y eso ahora mismo solo lo pueden decir Bryant, James, Nowitzki… y no se me ocurre nadie más, realmente. Así que sí, larga vida a Ricky Rubio
Con Jason Williams pasó algo curioso y es que, mientras más rígido y sosegado se volvió su juego, peor rindió. Los técnicos, ahogando su locura, ahogaron también su talento, y nos dimos entonces cuenta de que en su caso ambas cualidades iban de la mano.
Exactamente eso mismo pasó con el Ricky del Barça. Aturdido por la rigidez del sistema y por la obsesión de Pascual por la pizarra y el corsé, se desvaneció durante dos largos y dolorosos años.
Y ahora ha resurgido, mejor que nunca.
Hola,
Han transcurrido algunos partidos más desde que escribí este artículo, las cosas han ido rápidamente a más y efectivamente su incipiente estrellato no tiene nada que ver con el de un Justin Bieber. Su juego está maravillando a propios y extraños —de momento se le está considerando uno de los mejores rookies de la liga— lo cual está despertando una expectación incluso mayor que hace tan sólo una semana. Ricky está empezando a ganar atención a nivel nacional en EEUU. También es cierto que, aparte de su juego, está cautivando su persona. En ese sentido es significativo que los comentaristas estén empezando a repetir una idea: la de que tiene carisma. Es curioso, porque durante estos últimos tres o cuatro días se han publicado en medios estadounidenses algunos artículos que defienden una tesis similar a la que defiendo yo aquí, la de que Rubio tiene auténtica madera de estrella. En Minnesota, desde luego, ya es definitivamente el favorito del público.
Coincido en lo de Rick Adelman, que ha dado muchas muestras de ser el entrenador ideal para el desembarco del español en la NBA. En los partidos que llevamos vistos ha estado usando al jugador con inteligencia, haciéndolo salir sólo los minutos precisos y dándole la libertad que necesita. Adelman ha sabido interpretar a Rubio a la perfección, y da la impresión de que comprende su talento hasta el punto de que en varios aspectos le está sacando un partido que no se le estaba sabiendo sacar en España. Si Rubio triunfa en la NBA, Adelman será uno de los nombres a incluir en la lista de agradecimientos, porque está gestionando al jugador de manera impecable.
Pingback: Ricky Rubio: madera de estrella
Me aficioné a ver NBA cuando Gasol debutó hace ya 10 años. Y jamás, repito, jamás, he visto a un público tan entregado a un jugador obviando monstruos, léase Jordan, Magic, Garnett, Bryant, O’Neal…
Ver el otro día, como a falta de 3 minutos largos para la conclusión del primer cuarto, Ricky de pie en banda y el pabellón entero coreando RUBIO, RUBIO, RUBIO…es brutal. Fue un shock para mí. Creía estar soñando. Gasol, habiendo sido pieza fundamental de 2 títulos, no ha tenido ese momento. Este chico en su primer paso en la NBA ya lo ha logrado. Como bien dice el artículo no indica nada respecto a su futuro…pero es obvio, que si hay una manera perfecta de debutar es ésta.
Aretxe,
Recuerdo un momento de la victoria sobre los Dallas Mavericks, con Minnesota ganando de 13 y Ricky llevando el balón con calma al campo contrario, mientras los espectadores se ponían en pie, ovacionando al equipo y sobre todo a Rubio. De repente, en ese mismo instante, Ricky se mete hasta la cocina y da una asistencia-relámpago que termina el triple, con el asombrado público local en pleno delirio.
Eso es algo que efectivamente nunca ha sucedido con Gasol (tampoco está sucediendo con Calderón), y que por ejemplo yo nunca habría imaginado que podría suceder con un jugador español en la NBA. Pero el caso es que está sucediendo. Hablamos de un jugador que sale desde el banquillo y los aficionados locales ya lo consideran su estrella.
Pingback: Jot Down Cultural Magazine | Ricky Rubio: madera de estrella (II)