Han pasado más de dos semanas desde la debacle socialista del 20-N y aún no ha salido del entorno del PSOE una sola idea para la imprescindible refundación.
Una izquierda nacional, piden algunos. Una socialdemocracia europea y liberal. Un Bad Godesberg que devuelva al partido a los carriles de los que nunca debió salir, reclaman otros. Pero todas las voces que se lanzan al debate de ideas vienen de la derecha o de la izquierda que ya se fue del PSOE, a otro partido o al exilio interior con carnet en el bolsillo.
La implicación con la suerte del PSOE de políticos ajenos y comentaristas cercanos a otros partidos no se debe a su bondad o solidaridad corporativa. España necesita una oposición fuerte, sólida intelectualmente y creíble. Que los dirigentes de un partido que representa a millones de ciudadanos sean un interlocutor fiable y comprometido con los cambios que —muy pocos pueden negar ya— necesita la vida pública española.
Y sin embargo, el debate en torno al PSOE es meramente sucesorio. Una vulgar quiniela surrealista por la que bailan en estado de trance cadáveres del zapaterismo más o menos cercanos al todavía presidente.
Mientras, en los márgenes, vemos relegados a un puñado de políticos capaces que podrían pilotar muy bien la refundación socialista pero están demasiado lejos de los centros de poder del partido, o simplemente han vivido demasiadas infamias como para soportar volver.
Ahí está Redondo Terreros, la más íntegra y radical antítesis del espíritu y la letra del partido en los últimos ocho años e incompatible con el único logro que el socialismo puede enarbolar de la última legislatura.
O Joaquín Leguina, uno de los pocos socialistas de renombre que alzaron la voz contra la gestión de Rodríguez Zapatero y que es ya más escritor que político.
Por el mundo andan Almunia, Borrell y Solana, posibilidad los tres para una socialdemocracia de la mejor tradición liberal, responsable y competente pero también demasiado gastados y cómodos en sus sillones internacionales como para enfangarse en la tarea desde una oposición débil.
¿Y qué queda? En primera línea Rubalcaba, Chacón y Bono; detrás Aídos y Pajines. Cómplices de la desastrosa gestión e hijas pródigas del zapaterismo sin más credenciales que los ocho años que los números y las urnas han castigado tan duramente.
A Rubalcaba sólo lo hemos visto negar su responsabilidad en un Gobierno del que fue vicepresidente y ministro. De Chacón sabemos que es catalana y del PSC, mujer y un algún día embarazada. Y Bono ha dicho que el nuevo líder del partido debe ser alguien que pueda gritar viva España, como, escribió alguien en twitter, podría haber dicho que el PSOE necesita a un consuegro de un cantante de derechas para cerrar heridas.
Pese al negro panorama visible, no se debe perder la esperanza. El 20-N está aún muy cerca, y de los paisajes devastados nacen a menudo las mejores cosas. Pero, viendo las ruinas, con qué eficacia se aplicó en el PSOE la selección negativa. ¡Y qué devastaciones produce!