Recibe en la cafetería del Meliá de Bilbao. Es jueves y acaba de escribir su artículo dominical de El País, que resultó ser No me quieras tanto, una pieza leída a día de hoy por más de 236.000 personas y que fue durante varios días la columna más visitada del diario digital. Elvira Lindo (Cádiz, 1962) está cerrando un año feliz. Ahora publica Lugares que no quiero compartir con nadie (Alfaguara), una suerte de diario por el que recorre su Nueva York querido. Y después de la entrevista, que tiene lugar en octubre, su nombre saltará de nuevo como posible ganadora del Planeta por boca de Lucía Etxebarría. La llamamos para saber qué pasa.
¿Se va a dignar a presentarse?
(ríe) ¡Pero si hay gente que piensa que me he presentado muchas veces!
Ha saltado sin dudarlo en cuanto se le ha nombrado con tanto convencimiento como ganadora.
Sí, salté enseguida. Es verdad. Es que prefiero hacer frente a polémicas que merezcan la pena, no estas bobadas, así que cuando veo toda esa gilipollez de las quinielas del Planeta y cómo los adictos a la rumorología y al cotilleo se lanzan a dar nombres al buen tun tún, me pongo enferma. Pero salté enseguida, sí, soy impulsiva, que no sé si es algo bueno o algo malo.
En el Meliá, dos meses antes, se encoge fresca en un sillón, recién duchada, y mira la grabadora. Periodista antes que novelista, Elvira Lindo se dispone a ser entrevistada.
¿Le resulta invasivo que le pregunte por su vida?
No, no. Sé diferenciar entre hablar de la vida o de mi vida y hacerlo de mi intimidad, cosa que la gente no suele tener claro.
¿Tuvo una buena infancia?
Muy enriquecedora. Mi padre tenía un oficio nómada, auditor de una gran empresa de construcción, y mi niñez coincidió con la época de las grandes obras públicas en España. Cada hermano nació en un sitio diferente. Cambiábamos de colegio, cambiábamos de ciudad. Supongo que parte de mi carácter viene de mi herencia genética y otra parte también de haber estado expuesta desde pequeña a grandes cambios. Tuve que adaptarme a las circunstancias. Algún hermano mío lo vivió con más dificultades. Creo que sabía cómo adaptarme. Cambiaba de acento y costumbres con bastante facilidad. Hice de mi infancia algo feliz.
Su madre.
Una persona recta, muy femenina. Siempre en su sitio. Mi padre ha sido siempre un hombre extravagante, expansivo, raro como el que más, y a veces con prontos fuera de lugar. Entre esas dos personas tan diferentes me eduqué. Eso sí, a pesar de ser mi padre muy autoritario, creo que conmigo fue más comprensivo.
¿Por chica?
No, no creo que fuera por ser chica. Tal vez sí por ser la pequeña y ser muy afectuosa con él. Mis hermanos me llamaban pelota, pero yo le hacía la pelota con muchísima sinceridad (ríe) porque le quería mucho. Mi padre era un hombre muy guapo, y eso a mí no se me pasaba por alto. Muy machista, como casi todos los hombres de su generación, con mi madre, con mi hermana, con todas las mujeres, menos conmigo. No sé por qué, siempre me consideró una persona inteligente. En cuanto a mi madre, supongo que yo no encajaba en la idea de lo que ella creía que debía ser una niña. Pero quizá he dejado muy fijada esa idea de mi madre porque murió muy pronto. Y esto es un poco injusto también. Creo que he estado algo enfadada con ella años. Enfadada retrospectivamente. Si hubiera vivido más, estoy segura de que nos habríamos acercado, probablemente ella hubiera cambiado y yo también. Hubiera valorado muchas de las cosas que yo he hecho y yo la hubiera comprendido como la comprendo ahora. Pero en el momento en que murió, cuando yo era adolescente, ella estaba aterrada por lo que me pudiera ocurrir en la vida. De cualquier manera, creo que siempre fui la más cariñosa de los hermanos con mis padres.
¿Cuánto le afectó su muerte?
Ya supe algo de lo que era la muerte a los seis años, cuando murió mi abuelo. Y me pareció una especie de pesadilla, más que por la muerte en sí por todo el ritual que rodeaba al entierro: ver a tu madre de pronto vestida de negro, tan joven. Pero para mí fue más impactante la experiencia de la enfermedad de mi madre que su propia muerte. Cuando mi madre murió llevaba enferma desde que yo tenía nueve años. Crecí con una persona enferma, a veces muy escandalosamente enferma (fue operada a corazón abierto). Eso a un niño le estremece, pero se acostumbra.
A la enfermedad, no a la muerte.
Estaba allí cuando mi madre murió. Y me pilló completamente sola.
Tenía dieciséis años.
Dieciséis, sí. En ese momento no había nadie en casa.
¿Y su familia?
Bueno, fue todo muy absurdo. Estábamos fuera, de veraneo, y todo el mundo estaba en la playa menos yo. De esa experiencia no me acordé muy bien hasta hace unos diez años. Es increíble. Borré todo, hasta la conversación que tuve con ella, y no lo verbalicé hasta hace poco.
¿Por qué?
Fue un mecanismo de defensa, imagino, vacié mi memoria. Ni se lo había contado a nadie ni había abordado el tema.
¿Se interesó por eso que le ocurrió?
De alguna manera hice bien en no recordarlo. Quizá haya cosas que convenga no recordar si uno no está preparado para asumirlas. Ese momento de agonía, las palabras que compartimos… Fue una escena demasiado traumática. Cuando tuve mi vida más hecha y estuve más tranquila, junto a una persona a la que le podía contar eso, pude verbalizarlo, incluso escribirlo. Aun así, siempre me produce algo de temblor en la voz.
La chica creativa se queda sola a cargo de su padre.
Bueno (ríe), más bien mi padre se quedó a cargo de mí. Él es egoísta y exigente como un niño malcriado. Y con una mente aún más disparatada que la mía. Ha sido un hombre muy inteligente, con un talento excepcional para las matemáticas. O sea que no teníamos nada que ver. Pero la gente de matemáticas es un poco extravagante, y aunque desde luego él no es un artista, a veces tiene un temperamento más loco que el de un artista. Compró una máquina de escribir para casa y para mí eso fue fundamental. Acabábamos de cenar, recogíamos la mesa y en cuanto se iba todo el mundo yo cerraba las puertas del comedor y escribía. Poemas, cuentos, lo que fuese.
Entonces lo suyo fue una vocación.
Sí, aunque luego olvidé que la había tenido. Empecé a escribir con nueve años y esto de la máquina fue ya con dieciséis. Me gustaba ver las frases impresas, ver la letra de una tipografía de máquina era más inspirador que verlo a mano. Pero he sido siempre muy irónica conmigo misma y no me he permitido reconocer aquella vocación tan temprana. Es como si esa vocación infantil no me correspondiera o me diera vergüenza. La de veces que escribía un texto autobiográfico en el que contaba que la vida es azarosa y te lleva a escribir libros.
Toda una teoría.
Sobre el azar, sí. Pero un día mi hermana le dijo a Antonio que aquello era una fabulación mía. No la creas, le dijo a Antonio, ella escribe de pequeña. Quizá no me quería comprometer de verdad con mi vocación. Ese compromiso me daba miedo. Mejor mantenerlo a distancia, pensaba, sin que tenga nada que ver con ese mundo y piense que me gano la vida escribiendo por azar. Tomé distancia con la literatura. Como si en realidad no fuera una verdadera escritora.
No es verdad.
Realmente no es verdad. Escribo desde niña y en mi adolescencia escribí muchísimo.
¿Para usted, a escondidas?
No exactamente a escondidas.
¿Pero pensaba en publicar?
Empecé muy pronto a trabajar en la radio, a los diecinueve años. Eso me permitió escribir cuentos, representarlos allí. De alguna manera calmó mi ansiedad por dar a conocer lo que hacía y también, por otro lado, paralizó mi vocación literaria. Veía colmado lo que quería: escribía e interpretaba. Tuvo que pasar tiempo para que dejase aquello y me dedicase solo a escribir.
¿Lo ve como un tiempo perdido?
Nunca veo nada como un tiempo perdido. Empecé a publicar libros infantiles, que está considerado como la puerta de atrás de la literatura. Tenía 32 años y un enorme oficio por detrás. No me había contagiado de uno sólo de los tics de los literatos. Venía de otro mundo; había estado en la radio, en el periodismo. Ahora veo a gente muy joven en la literatura que piensan que son absolutamente originales en su forma de mostrar su vocación, y en algunos casos los veo muy rancios. Tan profesionales desde tan jóvenes. Uf. Imitando lo que han hecho otros jóvenes en otro tiempo. Esa cosa del jovencito que se cree que va a venir aquí a romper con todo, que desprecia lo anterior, ni lo he vivido ni lo he necesitado. No tuve la oportunidad de pisar mesas redondas, ni de ser llamada “joven autora”, ni de pertenecer a una generación. Me he librado. Alguna vez, cuando un periódico hace una fotito generacional de “jóvenes novelistas” me encuentro a gente de mi edad. ¡Pero esto qué es! Si hasta cuando yo empecé a publicar me consideraba una adulta, o madura, si lo prefieres. Como se supone que debe ser. Pero toda esa suerte de descubrimiento del autor joven al que se le alaba porque es como una fruta fresca que hay que comer rápido antes de que se pudra con la madurez me parece algo así como un capricho del periodismo cultural.
¿Marketing?
Capricho, quizá. Y luego ves que el crecimiento es complicado. Vender un libro es fácil, pero dos… Lo difícil es escribir todos los días y tener la disciplina y el coraje de hacerlo. Porque vas a hacer un libro bueno, otro regular y uno que esté medio bien. Hay que aguantar eso. Y que unas veces te hagan mucho caso y otras ninguno.
Hablaba usted de la disciplina. El seguir encerrado pese a los focos que ya hay fuera. Escribir es casi una instrucción militar continua.
Conozco gente que dice: “He ido a tal sitio para acabar de escribir mi novela”. Me fascina. Y tú piensas: “Mira, una novela tienes que escribirla donde sea. Lo que tienes que hacer es atreverte con ella y robarle tiempo a la vida para escribirla”. Hay veces que la piensas mientras haces la cena, cuidando de tus hijos o dejándola a un lado para escribir artículos.
Usted dejó su empleo para escribir.
Yo nunca había dejado un puesto de trabajo. Me dio mucho vértigo hacerlo y además estaba en una relación relativamente nueva, con lo cual no me sentía segura al no ganar dinero. Siempre he necesitado ganar dinero. Una de las cosas que mi madre me inculcó fue su conciencia de que para tener libertad había que ganar dinero. Ella lo decía, aunque a mi padre no le gustaba: “Quiero que mis hijas ganen dinero”. Y yo dejé mis trabajos en la radio y en la televisión cuando estaba ganando más dinero que nunca. Aunque vivía al día, porque yo siempre he vivido al día, con poco o con mucho, me daba igual lo que ganase porque nunca tenía nada. Pero que me quedara en casa para escribir fue un empeño de Antonio. Yo no me atrevía a dar el paso. Él empezó a animarme a dejarlo.
Y un día se quedó en su casa escribiendo.
Siempre he tenido suerte en el trabajo. A los diez días me llamó un actor que me dijo que iba a presentar unas galas en la tele, y que si quería escribirlas. Que me llevaría poco tiempo y me sacaría un buen dinero. Así que me vi en casa haciendo un trabajo alimenticio que hacía muy rápido y dedicando el día a mi verdadera vocación. Eso sí, tuve que acostumbrarme a trabajar sin salir de casa.
Demasiadas tentaciones.
Sí, cualquiera. La televisión, el teléfono, internet, salir a la calle…
¿Lee toda la prensa ya en digital? ¿Se nos muere?
Yo leo todo. Todo. Digital y papel. Soy una devoradora de periódicos. Los periódicos seguirán existiendo, claro, yo no lo dudo. Y lo que me extraña es que los más catastrofistas sean precisamente los que viven de ellos. Nuestra sociedad necesita la información como el pan de cada día. ¿Cuál será el formato? ¿Habrá uno solo, convivirán los dos? Eso tal vez sea lo de menos. Lo más importante es que haya periodistas que estén bien pagados por hacer un trabajo serio.
¿Tiene la sensación de que sin tanto juguete tecnológico o red social se leía más antes? A una persona acostumbrada a leer de 140 caracteres en 140 caracteres le tiene que costar horrores presentarse delante de Guerra y Paz.
Los lectores de Guerra y Paz siempre han sido una minoría; eso sí, le recuerdo que ahora se llevan los novelones. El metro está lleno de gente transportando novelones. ¿Que muchos de ellos no tienen categoría literaria? Eso también ha pasado siempre.
¿Usted qué está leyendo?
He leído Libertad de Jonathan Franzen, y me ha gustado, y si se me permite la expresión, me ha entretenido mucho. Con esto quiero decir que no sé si es la Gran Novela Americana de los últimos tiempos, como la han definido tantos suplementos literarios. Me parece exagerado. Creo que es una buena novela, y que entretiene. Y entre ayer y hoy me he leído Bluebird, de Vesna Maric, una escritora bosnia que escribe en inglés y que ahora publica en España sus memorias sobre la experiencia de ser una adolescente refugiada en Inglaterra durante la guerra de los Balcanes. Muy sencillo, directo, poético, muy bueno. Ah, también acabo de leer La montaña mágica, pero no voy a descubrir nada si digo que es una obra maestra. Ya está dicho.
¿Le atrapan las series?¿Influyen más en las obra literaria moderna, son sólo la expresión de la gran literatura de toda la vida o ambas cosas?
Me gustan las series, sí. Los Soprano, y sobre todo, Mad Men, ésa es mi favorita. Todo influye en un escritor, qué sería de un novelista que no se dejara influir por la cultura de su tiempo. En la novela cabe todo, lo visto, lo escuchado, lo leído.
Usted el periodismo no lo abandona del todo. Escribe una contraportada y una página el domingo en El País.
Tengo una idea ya completamente hecha del espacio. De los caracteres con los que cuento y de eso tan complicado que es saber el recorrido que va a tener el artículo. La columna pequeña es más difícil, porque no tienes tiempo a decir casi nada.
Me acaba de decir que le quedan cuatro líneas. Quizá las más difíciles.
Sí. Tengo una noción del artículo que a lo mejor no le suena muy literaria. Pero el concepto que tengo está relacionado con el mundo de la comedia, del espectáculo. Es como si yo saliera a actuar. Voy con la idea de que tengo que interesar al espectador desde la primera frase, mantener su atención y cerrar mi historia tratando de provocar una reacción en el público. Cuando escribes un libro es algo distinto, pero el periódico es un sitio en el que la gente te lee mientras hace otra cosa, a veces en la barra de un bar. Tal vez porque tengo una influencia de la radio, donde el tiempo es importante; o quizá porque he trabajado mucho con actores y sé que el ritmo tiene un valor. Jamás pienso que mi nombre me da derecho a escribir lo que quiera, aunque sea aburrido y pedante: esos “aunque sea” no los entiendo. Tengo que escribir algo teniendo en la cabeza un escenario al que salgo. Y allí hago mis piruetas, mi tripe salto mortal y me voy. Y esa idea me anima mucho aunque resulte absurda. Me da una arquitectura de lo que estoy haciendo. Para mí, un artículo del que te cansas al primer párrafo es un artículo fracasado. Eso pasa mucho en los periódicos.
Está todo excesivamente definido.
Primero porque en muchos casos nos volvemos previsibles. Pero es que además a veces las ideas no se entienden, no hay claridad. Incluso se escribe oscuro porque sí. El escritor de periódicos no debe darse tanta importancia a sí mismo, sino saber expresar algo, lo que sea. Siempre mido eso como un pequeño show con nudo y desenlace. Y así lo miden hasta los divulgadores científicos que cuentan cosas mucho más complicadas que nosotros.
Uno de sus leitmotiv es la España vista desde fuera, en su caso Nueva York. También se le ha atacado por eso.
Los españoles siempre han desconfiado por sistema del que se va y cuenta las cosas desde fuera. El que se queda siempre tiene la tentación de pensar que el que se ha ido se cree superior. Pero en el fondo es porque de alguna manera él está queriendo justificar su inmovilidad o su conformismo.
¿Que no haya disensiones patrióticas?
Bueno, sí, pero el patriotismo puede ser incluso echando pestes de España siempre que lo hagas desde dentro. Sobre todo que no lo hagan españoles que hayan decidido irse. A mí me hace gracia esa idea. Hace poco leí una encuesta sobre los pocos viajes que hacían los españoles a lo largo de su vida, y había algunos que nunca se habían movido de su pueblo. Entiendo que en un país que ha estado tan cerrado al exterior esa cerrazón sea propia de los que no han podido conocer otro mundo, pero en gente que tiene oficios como el nuestro me parece inconcebible. Salir, ver, tener experiencias. Yo no pude ser una erasmus, pero pude viajar a los cuarenta años, y le estoy muy agradecida a ese vuelco que dio mi vida y que me permitió vivir un tiempo fuera. Tratar con gente que no había formado parte de mi mundo. Me di cuenta de lo homogéneos que somos los españoles y cómo nos movemos en círculos de gente idéntica a nosotros. Así lo veo. Y lo que me gusta es poder decirlo.
Un clásico es que haya trasfondo ideológico. Que se le critique a uno desde el otro lado incluso por la manera de coger el tenedor.
Son ideas muy religiosas. O perteneces a mi fe o a la contraria, o peor aún si es que no tienes fe. Eso siempre es así. Cuando empezó la crisis mundial y nosotros estábamos en Estados Unidos, al volver se me ocurrió plantear el miedo a la recesión en una comida y me llamaron reaccionaria. Resulta que al parecer le estaba dando la razón al PP en su visión catastrofista de España. Son cosas que cuando llevabas un año fuera te sorprenden. Tú decías: «Perdona, todo el mundo está escribiendo sobre este asunto fuera de España; es imposible que nuestro país no se contagie de lo que está pasando”. Aquí hay que pedir permiso para tener una opinión no partidista, para que te dejen tener libertad de criterio.
Los periódicos.
Y los periódicos han contribuido mucho a eso. Por eso pienso que las personas que deseamos ir por libre nos buscamos y nos hacemos amigos. Quiero estar en mi casa, cenar con mis amigos y decir lo que quiera. Porque me he visto en muchas reuniones con gente a la que aprecio donde en cierto modo coartan tu libertad. Y entonces te callas porque piensas que vas a ser malinterpretado.
¿Y a usted cómo hay que interpretarla ante el 20N, si se me permite la pregunta?
Pues no lo sé ni yo, se lo aseguro. Pero creo que uno ha de votar al partido que a uno le resulte menos dañino. Espero que el PP se modere, porque en su forma de hacer oposición ha sido agresivo, en exceso reaccionario y nada colaborador dada la situación excepcional que vive España. Odio definirme, pero si hubiera de hacerlo estoy entre los que defienden un sistema de socialdemocracia. Ha sido sin duda el sistema más justo que ha conocido Europa, aunque ahora esa palabra, socialdemocracia, provoque tanto cachondeo.
Pingback: Entrevista con Elvira Lindo: "En España hay que pedir permiso para tener libertad de criterio"
uno de los periodistas jovenes que mas me gustan(descubrimiento relativamente reciente) entrevistando a mi escritora favorita. mola. con ganas de leer el nuevo libro de elvira.
Qué bien me cae está mujer. Será por la libertad de criterio.
Lo mejor de esta mujer es su indigencia intelectual. Lo mejor es que odia definirse políticamente, cuando es lo único que hace artículo sí, artículo también.
Yo tampoco tengo abuela.
Elvira versus Elvira
Mira, una novela tienes que escribirla donde sea. Lo que tienes que hacer es atreverte con ella y robarle tiempo a la vida para escribirla.
[Para escribir] Yo nunca había dejado un puesto de trabajo. Me dio mucho vértigo hacerlo (…)
¿Quién roba a un ladrón tiene cien años de perdón? OLÉ.
Viva y libre, Elvira, como siempre. Qué gusto.
La autora de Manolito Gafotas se lo merece todo.
Los comentarios positivos sobre esta mujer los escribe ella mismo con diferentes nombres. Que nadie se asuste.
Una pregunta. ¿Es obligatorio que en toooodas las entrevistas se nombren las series de televisión, especialmente The Wire, o los Soprano?
Por supuesto que son muy buenas, pero también es buena una obra musical o pictórica, o… y no se pregunta por ellas
Un saludo
Pingback: Pedir permiso | La Voz de Barcelona
«Mi madre, una persona recta, muy femenina, siempre en su sitio».
Manolito Gafotas, intelectual libre.
Pingback: Jot Down Cultural Magazine | Defensa apasionada de Ventajas de viajar en tren
Lo digo a mi pesar: de las entrevistas más flojas que se han publicado aquí. Ni pésima, ni mala solo floja.
Desde que Elvira y Antonio se pasan las noches escuchando jazz y tomando gin tonics en los bares más ‘pro’ de Nueva York, todo lo de España les parece cateto, impropio, molesto. Ahora que son casi ‘newyorkers’ miran a España desde la distancia, con engreimiento, como si estuvieran en un palco de la Metropolitan Opera pasándose el uno al otro el monóculo. Me parece injusto, oiga, que encima nos acuse de incapacidad para la autocrítica o de no tener libertad de critero. A todos nos gustarían unos meses sin curro, para dedicarnos a la pintura, la escritura o la costura, en un pisito con vistas al Hudson y tener una dulce pareja que además nos haga de ‘sponsor’. Al menos le diré que merece la pena: usted es buena escritora y sus libros nos hacen felices. No nos desprecie tanto en sus columnas y artículos: aunque desde aquel lado del Atlántico se nos vea pequeños y agolpados, no somos todos iguales.
Buena escritora para los banners de La Noria. Muñoz Molina, revival barón Thyssen.
Elvira: Publica ya!!!
Por lo poco que la he leído (columnas), el nivel es de andar por casa. De devore diario sin más complicaciones. No pasará a la historia pero tiene a la empresa más importante que hay detrás de ella. Y a un escritor de fuste como compañero. Y eso ayuda.
La chica me cae bien. Lejos de una Maruja o Almudena, ejemplos vivos de sectarismo rancio (y bien que lo sabe su marido). Es del PSOE de toda la vida. No pasa nada. Ahora, como todos ellos, se callaron durante estos años y alabaron el zapaterismo. Y resulta un poco miserable salir ahora diciendo que ya lo había dicho a sus amigos (suenan a película Allen de las últimas) pero que no me atrevía a publicarlo… Triste
Lugares que no quiero compartir con nadie (Alfaguara). En realidad lo publicó Seix Barral, no Alfaguara. No se pueden tener esos errores, es señal de que ni siquiera se ha tenido el libro en la mano.
De Elvira Me gustan muchas cosas y envidio casi todas (sana envidia, aunque española). Destacaria su sentido del humor; el que ella no disfruta tanto pero sin el cual no la identifico como escritora ( define tan seria y justamente las cosas!). En «Lo que me queda por vivir». lo amordaza y eso, para mí, le resta fuerza a la historia. Sin embargo «Lugares que no quiero comnpartir con nadie» m e tuvo a su pies desde la primera página. . Viajo con ella por Nueva York , revivo mis paseos, mis caminatas por la ciudad que ya no puedo separar de mis mejores recuerdos nómadas ( solo compro alguna ropa deportiva, lo juro!) . Pude escuchar jazz en el Smoke gracias a ellos (Ventanas de Manhattan) . Les conocí fugazmente y en mi percepción dejaron un halo de algo bonito . Son atractivos , agradables y muy creibles
. Añoro el Nueva York del pasado año por estas fechas y una sensación extraña me lleva a la melancolía… ¡ (Como podría yo volar ahora mismo y caminar por esas vias del high line…)
Mientras , atrapada por aqui, les envio mi cariño y agradecimiento de lectora .
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