En el occidente capitalista debería ser fácil vender a un escritor como Vladimir Sorokin incluso sin hablar demasiado de su obra. Lo vistoso de su currículum a ojos del lector de la zona dólar hace salivar a cualquier responsable de promoción editorial. Ingeniero de formación, artista multifacético (pintura, ilustración, teatro, guión, novela), disidente en la época soviética, marcado después como «objetivo» por una organización juvenil simpatizante de Vladimir Putin (grupo Nashi, 100.000 militantes estimados, poca broma) que quemó públicamente sus libros en 2002 frente al Bolshoi, guionista de una de las sensaciones en Cannes 2011 (Target) y presencia regular en los medios angloparlantes. Algunos de ellos, particularmente osados, se han referido a él como “the next Roberto Bolaño”, se entiende que como next big thing de habla no inglesa.
¿Y aquí? En España Alfaguara publicó en 2008 la que era entonces su última novela El día del Oprichnik, para continuar en 2011 con El Hielo, el primer volumen de la Trilogía del hielo. Ambos libros han tenido una modesta repercusión, fuera de los lugares preferentes de las librerías más importantes.
El día del Oprichnik es una novela peculiar. Sorokin se saca de la manga una ucronía distópica en la que en 2020 Rusia vuelve a estar gobernada por un Zar que, al igual que hizo Iván el Terrible en el siglo XVI, decreta un estado de emergencia que le otorga poderes absolutos (la oprichnina). Las páginas narran en primera persona un día en la vida de Andrey Komyaga, un oprichnik (miembro de la guardia personal del Zar) de alto rango. A lo largo de esta jornada, completita aunque no particularmente agotadora para lo que es el día a día del protagonista, se vislumbra la evolución histórica, política y tecnológica de la madre Rusia y los usos y ritos de la oprichnina.
El hielo plantea el nacimiento y auge de un, digamos, grupo —para no spoilear más de lo que hace la contraportada—, que tiene como misión localizar y despertar a los suyos hasta completar 23000 elegidos, todos ellos rubios y de ojos azules. El método de criba ritual es particularmente expeditivo (a golpes de mazos confeccionados con hielo) y los descartes se cuentan por cadáveres. Al igual que en El día del Oprichnik, Sorokin mezcla a su antojo fantasía y realidad mirando en este caso tanto hacia atrás, haciendo hincapié en las sucesivas purgas que tuvieron lugar durante el comunismo y el tránsito hacia el capitalismo en las cuales los miembros del misterioso grupo juegan roles más o menos relevantes hasta que la hermandad logra una posición de privilegio. No estamos ante un libro autoconclusivo porque, como avanzaba, El hielo forma parte de La trilogía del hielo junto con Bro y 23000, que espero que no permanezcan por mucho tiempo inéditas en español.
Más allá de su capacidad para crear historias perturbadoras en universos potentes, Sorokin destaca por el uso de diferentes registros en la evolución de las tramas en diferentes registros con naturalidad. Durante unas páginas puede ser cercano a Philip K. Dick, para transformarse en Vasily Grossman, pasar a continuación a Max Brooks y volver al origen cerrando el círculo, propinando de paso poco discretas collejitas a los círculos de poder rusos, que no destacan precisamente por su sentido del humor.
Con todo no parece suficiente argumento para vaticinar un fenómeno comercial, pero hay un factor que podría inclinar la balanza. Ambos libros tienen un gran potencial de adaptación al formato televisivo, no en vano Sorokin ha escrito cine y teatro. A ello hemos de añadir la presencia de elementos de fantasía, ciencia ficción, historia oscura, esoterismo y novela negra condimentadas con dosis de sexo más o menos disfuncional aquí y allá en un entorno, para nosotros, exótico como la Rusia postcomunista. Desde aquí se puede oler la pasta.
Cruzaremos pues, los dedos, a la espera de que a HBO se ponga manos a la obra y de que Alfaguara complete la trilogía, a ser posible en un solo volumen como ha hecho NYRB en Estados Unidos.
Desconocía a este autor, pero «El día del Oprichnik» parece interesante. Me lo apunto.