En el ajedrez, como en la vida, el último objetivo es destruir un imperio y asesinar al Rey. Que sobre un tablero se desenvuelvan tormentas de tal tamaño y se despeñen tantas voluntades geniales ha sido siempre un curioso objeto de estudio. Oscar Wilde llegó a decir que enseñarle a un hombre a jugar al ajedrez era el camino más sencillo para destruirlo. Un tipo tan recogido como Viswanathan Anand, el genio indio que vive en un pueblo de Madrid, puede decir algo tan turbulento como que si piensa, juega mal. A un jovencito Fischer le preguntaron en una ocasión quién era el jugador más fuerte del mundo. Puso tal cara de asombro que el interlocutor tartamudeó: “Aparte de ti, claro”. Del Fischer quinceañero se recuerda su voluntad de hierro al negarse a pactar tablas con el maestro Gideon Barcza con sólo dos reyes en el tablero, ¡y el de Fischer persiguiendo al otro! En un ensayo titulado de manera magnífica —Cómo la vida imita al ajedrez— Gary Kasparov habla de las extrañas fobias contraídas con el tiempo por las leyendas de este intrincado arte. Akiba Rubistein, por ejemplo, empezó a ser víctima de una timidez patológica. Tras realizar un movimiento, corría a esconderse en un rincón de la sala a esperar la réplica de su adversario.
3 Comentarios
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pero que retranca tienes, chaval.
A veces es mejor se no tan joven, yo conocí Berlín con muro, y que obsesión con el ajedrez tenían los del este, con sus trabat.
Claro que en S.F, hay parques en los que juegan o leen libros. Son los jipis cultos, esos que te dicen: no mires tanto el reloj, eso es insano.
Jo, lo que me gustaba, escuchar eso!
saludos
Ya? na más? que cortito, si no dice na…
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