Escribo siempre con los Diarios de Iñaki Uriarte al lado del teclado, como si fuera una guitarra. Tengo el libro ahí, y cuando escribo y me bloqueo, o cuando escribo y no me bloqueo, interrumpo mi trabajo (no escribir es un trabajo, acaso más duro que escribir) y abro unas páginas para leer algo como quien de repente, sofocado, sale a pegarse una ducha. Quizá tenga mejores libros, pero ninguno con más valor sentimental que el suyo. Entre otras cosas porque escribir con los Diarios cerca es escribir teniendo a mi lado no sólo a Uriarte, sino a Txani Rodríguez.
Txani me envió el libro el pasado verano. Fue una lectura hechizada. Escribí sobre él en el Diario de Pontevedra un poco pomposamente; de repente, en lugar de escribir de libros como escribir de polvos, se pone uno trascendente (librarme de la trascendencia ha sido lo mejor que he hecho el último año; detrás de eso también está Uriarte). Me gustó tanto el libro que me enamoré de la edición, como cuando uno se hace amigo del marido de la mujer que ama. Txani me dio el correo de Pepitas de Calabaza y tres semanas después tenía mi propio libro pactado. Si no podía ser Uriarte, al menos aproximarme. Irse a Madrid se debe a mucha gente, si me pongo melodramático, pero tres personas lo sacaron a la calle: Txani, Iñaki y Julián Lacalle.
Escribo este artículo con el segundo volumen de Diarios ya junto a mí, gemelo al otro, novísimo en su vejez; ni siquiera había crisis. Esta mañana me esperaba encima de la mesa del periódico en mi reentré. Todavía no está a la venta, así que lo manejo con torpeza, leyéndolo a brincos felices, como cuando te hacen entrar en una juguetería antes de que se inaugure. Uriarte no escribió para publicar, lo cual convierte el libro en interminable. Sé lo que digo porque hace un año empecé a escribir mis diarios en el blog tratando de seguir discretamente su estela: escritura alejada de hojarasca y circunloquios, citas amenas de autores que admiro, vida social y demás hierba sobre la que Uriarte iba escribiendo en secreto su vida (“Cuán frecuente y neciamente quizá, heme extendido en mi libro hablando de él”, recuerda el autor a Montaigne). Si mis diarios continúan es porque le pongo empeño, sobre todo en la escritura. No hay en ellos citas traídas tan seductoramente como Uriarte, con el que he aprendido leyendo más que en cualquiera de las clases a las que no fui, ni mucha vida social, pues casi todo lo que me rodea es delictivo o éticamente reprobable, y desnudaría a demasiadas personas que quiero.
Uriarte nos escribe en directo desde el año 1999; yo lo hago en diferido desde ayer. Me gusta, soy feliz escribiéndolos, y se lo debo a él.
El segundo libro de Uriarte no es mejor que el primero. Eso hubiera estropeado el encanto. Es exactamente igual. La misma maravilla, el mismo asombro, con distintas palabras, pocas, como decía Goya (“Mi pincel no debe ver más de lo que yo veo”), y en años diferentes. Como si lo descubriéramos de nuevo por primera vez. Aquí está su ojo clínico (“Quería reconciliarse con un escritor del que se hallaba distanciado. Me encargó la misión: ‘Dile que me ha gustado mucho lo último que escribió. Dile solo eso”), su repentina brusquedad (“Hay rostros con un fondo de tristeza que son como una prueba viviente de que la felicidad existe y de que la conocieron”) y de golpe Camba: el cura que le dio la extremaunción dijo que el gallego no recordaba bien el Padrenuestro ni el Dios te salve, pero sí el Cuatro esquinitas. “¿Puede valer?”, preguntó.
Aquí está, en definitiva, el fin de raza de los Uriarte: “Todos mis antepasados tuvieron hijos. No deja de asombrarme que yo vaya a ser el último de esa larguísima fila que comenzó en algún lugar de África hace muchos miles de años. Y de asustarme. Da la impresión de que uno no tiene derecho a volver la mirada hacia atrás y decir: ‘Hasta aquí hemos llegado”.
Diarios 2004-2007 estará en unos días colocado en las librerías. La aristocracia da el plácet en una de las solapas: Vila-Matas, Muñoz Molina, Trapiello, García Martín y Jordi Gracia. En la otra, la juvenil biografía de Uriarte, su aforismo más logrado: Iñaki Uriarte nació en Nueva York (1946), es de San Sebastián y vive en Bilbao.
ay q nervios! no tenía ni idea de que publicara nuevo libro! gracias por la info!!! me chifla!
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