Bárbara Allende Gil de Biedma (Madrid, 1957), universalmente conocida como Ouka Leele, expone La poesía del retrato: mi circo hasta el 30 de julio en la galería Alexandra Irigoyen de Madrid, una colección de fotografías pintadas que surgió a partir de un encargo del Circo Price. La idea inicial de Bárbara consistía en retratar en la pista a todos los personajes emblemáticos y hacer un cartel sobre fondo de colores; cuando llegó al circo, la sesión quedó reducida a dos únicos retratos realizados en un sótano: el payaso y el ilusionista. Fascinada por el resultado de estos retratos sobre fondo negro, decidió completar la serie. Para ello recurrió a su entorno más próximo: su hija, el novio de su hija, su ayudante de fotografía, el Hortelano e incluso su perrita. Rodeada por su troupe, entrevistamos a esta polifacética artista, Premio Nacional de Fotografía 2005, que amablemente contesta lo que le dicta la inspiración a las preguntas que le hacemos.
¿Elegiste un seudónimo porque deseabas abrirte camino sin tener un apellido? ¿Querías crear desde el anonimato?
Sí. Al principio quería ocultarme tras el nombre, quería que no se supiera si era hombre o mujer, joven o vieja, española o japonesa. Estuve una temporada así pero era muy difícil, porque me encargaban trabajos y no podía ocultarme. Tendría que haber tenido un respaldo económico para mantenerme en la oscuridad.
“Ouka Leele” se ha convertido en un sello de tu estilo y ha superado la identidad de un nombre. ¿El éxito de tus fotos coloreadas ha provocado un encasillamiento?
Cuando empecé buscaba el encasillamiento, el estilo, la firma, el reconocimiento absoluto de mi obra, que sobresaliera por encima de cualquier cosa y se supiera que era mía y lo conseguí enseguida. Cuando empecé a colorear las fotos era un sello de identidad, pero también estaba contando cosas, eran escenografías; eso el público más lejano no lo veía, porque a lo mejor se quedaba con una foto que veía en una revista, pero no iban más allá. Luego empecé a exponer las fotos en blanco y negro, desnudas, y se ve mucho más mi trabajo, lo que yo estoy contando. Es pura literatura, puro cine o teatro. Me he ido liberando del estilo, que era una cosa impuesta en la juventud para que se supiera que estaba ahí. Sinceramente: yo no aguanto el estilo. No sé si la gente que lo lleva a través de los años es sincera consigo misma, pero para mí era algo insoportable. Llega un momento en que tienes que probar otros materiales, salir de lo que todo el mundo te pide, necesitas volar, respirar, ser persona. Ahora estoy absolutamente en contra del estilo, pienso que un artista es libre y su sello está en su forma de ser. Siempre se te reconocerá cuando andas por tu forma de andar, y en tu obra se nota quien eres, no hace falta ningún esfuerzo.
Te has liberado no ya solo de las ataduras del estilo, sino de cualquier etiqueta y cualquier disciplina. Porque ahora mismo no te pones ningún límite, puedes hacer una performance, poesía visual…
Sí, siempre que yo pueda. Lo que no voy a hacer es ponerme a dar recitales ni a hacer gimnasia rítmica, porque no estoy preparada para ello; pero dentro de las técnicas que yo pueda manejar, sí. Además pienso que la técnica que no conoces la aprendes mucho más fácilmente cuando tu idea te lleva a conocer esa técnica. Si yo tengo una idea en grabado y nunca he hecho un grabado, la idea me va a llevar rápidamente a aprender a grabar.
Supongo que, además, si tienes que aprender esa técnica de forma autodidacta la dificultad es mayor.
Sí, por ejemplo, cuando me enfrenté al mural de Ceutí (Murcia). Sin haber hecho nunca un mural, ni grande ni pequeño, me lancé a uno de casi 300 metros. Hasta que lo terminé me daban retortijones. A veces no podía dormir.
Pero tu primer amor fue la pintura…
Sí, desde niña era una apasionada. Para mí el pintar es una forma de expresión como el habla. De pequeña contaba mi vida en dibujos, lo malo es que al cambiarse de casa mis padres no guardaron mis cuadernos. Para mí sería básico verlos ahora para conocerme.
¿Qué pintores son los que más te emocionan?
El Museo del Prado ha sido mi cuna, la leche que he mamado. Todos los que están allí me encantan. Puedo resaltar a Velázquez por su concepción de la obra, como idea. Las Meninas es una obra eterna.
Es una concepción de la obra bastante cercana a la fotografía.
Sí. La pintura es la búsqueda de la imagen de la fotografía. Hay un libro de Hockney que habla justamente de esto: de cómo los pintores han pintado mirando a través de lentes. Hay encuadres y formas de ver un cuadro que solo se pueden plantear si has mirado a través de una lente, eso no lo ve el ojo humano así. Es decir, que ya se usaban cámaras oscuras aunque luego pintaran porque no podían reproducirlo. Pero Las Meninas, ya solo como concepto, es algo alucinante, va más allá de la modernidad. Es una obra de arte que trasciende al tiempo. También me ha emocionado siempre El Greco, porque a través de él descubrí la abstracción, mucho antes de ver pintura abstracta. Luego empecé a meterme en el arte contemporáneo, me parecía divertido; pero creo que lo que hay en el Museo del Prado es sublime. Me cuesta más que lo contemporáneo me parezca sublime, los artistas buenos son pocos. Odilon Redon me apasiona.
El uso de la fotografía como material de tu obra te llevó a ser fotógrafa, después has trabajado con Photoshop, ¿Qué aporta el tratamiento digital a tu arte?
El poder tratar la fotografía en color a mi manera, antes no podía porque dependía del laboratorio. Nunca hacía fotos en color porque no soportaba el color fotográfico, me parecían las fotos que todo el mundo hace del día a día; las hacía en blanco y negro porque salían de esa realidad fotográfica y las pintaba cuando quería color.
Muchos fotógrafos entienden la fotografía en blanco y negro, ¿qué es lo que falla en la fotografía en color?
Es que no reproduce bien el color. Cuando hago una fotografía y he visto los colores de la imagen real, después al verla el blanco y negro me da lástima no mostrar ese color, pero la fotografía no lo refleja. La fotografía no es tan fácil como se piensa a veces la gente. Cuando te piden una foto, te exigen mucha prisa, piensan que es disparar y ya. Una buena foto requiere muchísimo tiempo, para mí es como el rodaje de una escena de una película. Hay muchos tipos de fotografía y hay cosas que yo no sé hacer. Utilizo la cámara desde un punto de vista de pintora o de directora de cine o teatro, luego hay fotógrafos de bodas y comuniones, de operaciones de estética, de publicidad, industriales… La fotografía toca todos los campos y no puedes saber de todos.
¿A ti te gusta que te hagan fotos?
Me gusta cuando me sacan bien, pero hay veces que pienso: ¿Pero cómo me enseñas esto? Cuando te ves en una foto te quieres ver bien y hay gente que dispara a matar. Si tengo un grano intenta no sacármelo, no saques todo lo peor que tengo. Todos tenemos muchas caras. Cuando salgo en televisión para mí es un suplicio, prefiero la radio mil veces porque te puedes sacar un moco o ir en zapatillas y en la tele tienes que cuidar tu imagen: el pelo, el maquillaje, la ropa, cómo te sientas… me pongo fatal. Así que no me veo nunca. Cuando pasa el tiempo sí, porque ya eres más vieja y entonces te ves fenomenal.
En La mirada de Ouka Leele dices que la gente ve en tu obra denuncia social pero que no es así en absoluto, que quieres mostrar la belleza de lo cotidiano.
Es que yo creo que desde que nací tengo una actitud contemplativa. Recuerdo, por ejemplo, quedarme mirando – creo que esto lo hemos hecho todos – cuando entra un rayo por la ventana y se ve flotando el polvo, y quedarme pensando “¿qué será esto?, ¿polvo de estrellas?, ¿partículas subatómicas?”. Me tiraba tres horas con un plato de comida, aplastaba con el tenedor y dibujaba algo. Es el disfrute. Siempre he querido pintar cosas tales como alguien que se está peinando, el acto del día. Creo que ése es el secreto de vivir bien: que el instante sea la eternidad. La fotografía me gusta por eso, filosóficamente hablando, porque retrata el instante y es eterno, y si cada instante de vida es eterno no existe ni el pasado ni el futuro.
¿Se puede aprender a mirar?
Yo creo que sí, se puede aprender a mirar, pero la mirada es personal e intransferible. Ya vienes con tu mirada, luego aprendes a mirar este mundo. Un niño no ve lo mismo que un adulto, el adulto ya tiene un montón de conceptos. La mirada es un aprendizaje. De hecho, dicen que la visión se produce en el cerebro, que es una interpretación de la realidad.
En tu vida hay dos hechos que probablemente hayan modificado tu mirada: la superación de una enfermedad y la maternidad.
Mi obra es mal calmada después de la enfermedad, antes era más histriónica, quería forzar las cosas y creo que eso me llevó a estar enferma. Me di cuenta de que no había que forzar nada, de que a veces, aunque no hagas nada, las cosas vienen a ti. La maternidad influyó porque cuando nació mi hija yo no podía hacer fotos, cuidar una niña es algo íntimo y no podía estar de aquí para allá. Me quedé en Mallorca y me dediqué a dibujar en casa, ella se entretenía dibujando a mi lado. Incluso algunos dibujos tienen garabatos suyos. Vine a Madrid e hice una exposición en Arco; llenaba una pared y se vendía todo, al día siguiente reponía y se volvía a vender. Dije que si vendía todo eso en Arco dejaba la fotografía. Así fue, y he intentado dejarla, pero no he podido. Mi relación con la fotografía es de amor y odio, porque me apasiona y me permite jugar con la realidad, pero hay veces que miro una foto y la odio. No sé qué tiene la fotografía que no me gusta nada y a la vez me encanta. La pintura para mí es algo más gestual, es un lenguaje más humano, pero creo que nadie escapa a la fascinación que produce la fotografía, es como una caja mágica. Me encantó la exposición de Henri Lartigue en CaixaForum, tenía fotos estereoscópicas que eran cajitas con dos agujeros y al mirar por ellos veías en 3D; pero un 3D nada moderno, eran como figuras fantasmagóricas en blanco y negro. Tiene algo de circo la fotografía, de “Pasen y vean”.
¿Cuál es el valor de la creación en un mundo saturado de imágenes?
Yo creo que el artista siempre tiene que innovar, aunque cuente lo mismo. Aunque ya se haya hablado de circo, tienes que volver a hablar del circo con otra mirada. Llega un momento en que estás mirando flores y no las ves; entonces el pintor o el poeta vuelven a hablar de una flor con una imagen o unas palabras que te hacen sentir lo que de verdad es; cosa que los científicos no pueden hacer porque creen que diseccionando las cosas pueden hablar de ellas. El valor está en la renovación, en volver a mirar con los ojos limpios y puros.
¿Qué recomiendas a alguien que empieza?
Que piense que el Arte es un acto de amor que tiene que estar por encima de todo, por encima de querer forrarse. Aunque no está mal querer forrarse, no debe ser prioritario. La pasión es lo único que te puede hacer aguantar momentos muy difíciles. Incluso cuando la gente te considera consagrado estás volviendo a empezar. No hay ninguna seguridad en este mundo. Cuando tienes una aureola porque todo te va bien, hay muchas envidias que te quieren destruir. No lo digo por mí, he oído cómo hablan muchas personas de Miquel Barceló, por ejemplo, y no creo que lo merezca.
A la gente que empieza en fotografía le aconsejo que no espere a tener una cámara de 30.000 euros, porque ahora en el mundo digital son así las cámaras y además se quedan atrasadas en poco tiempo, cuando la cámara analógica más cara que yo me compré me costó 60.000 pesetas y era una cámara de placas. Que empiecen con lo que tengan, hasta con un móvil. Cada aparato tiene un lenguaje y tienes que aprender a manejarlo. La mejor escuela es la pobreza, porque cuando no tienes nada, tienes que crear de lo que sea.
Tu primer galerista fue Albert Guspi, ¿cuál fue su papel en el desarrollo de la fotografía en España?
Cuando vivía en Madrid estudiaba en Fotocentro, que era una escuela que fue un poco la cuna de la movida; por allí pasaban Pablo Pérez-Mínguez, Carlos Serrano, Jorge Rueda… Editaban una revista –no la escuela, sino ellos – que se llamaba Nueva Lente y era un aire fresco, algo innovador, diferente. Pero en aquel momento, en los setenta, considerábamos Barcelona como una puerta abierta a Europa y a la modernidad, así que me fui a vivir allí. Había oído hablar de la galería Spectrum Canon, fui a ver a Guspi y me apadrinó. Él tenía una escuela y me pasaba allí el día viendo libros y películas artísticas como El perro andaluz, todas las de Cocteau… Un día cogí una maleta de la basura, la pinté, le pegué fotos y aparecí con mis primeras fotos de peluquería, que eran fotos pintadas de amigos que tenían algo en la cabeza. Podía aparecer Mariscal con unos secadores, Nazario con un pene de plástico… Creo que llevé como diez fotos en la maleta, y Albert me dijo que le encantaba y que hiciera unas treinta para una exposición. Las siguientes a las diez a mí ya no me gustó tanto hacerlas, porque ya no las hacía porque yo quisiera. A partir de entonces dije que nunca haría una serie porque era un rollo; además vi el peligro de quedarme ahí, como “Ouka Leele la que pone cosas en la cabeza”. Le conté que yo quería tener un nombre artístico y que me había gustado el nombre de una constelación de un dibujo del Hortelano. Cada vez que le llamaba y decía que era Bárbara me decía “¡¿Cómo que Bárbara?! Te llamas Ouka Leele”. Ya en Madrid hice una exposición en la que me puse un cerdito en la cabeza y me hice un traje de fuelle con aros dentro – que yo creo que después Ágata Ruíz de la Prada se inspiró en él -. A la inauguración fueron Nazario y su novio con unos espaguetis a la boloñesa chorreándoles por la cabeza. Iban a verla desde los punkis más punkis hasta señoras con abrigo de visón. Fue muy bonito.
Ahora que mencionas todo esto de la movida, ¿es una experiencia para superarla o para sentirse orgullosa?
Para sentirse orgulloso. Yo miro hacia atrás y estoy encantada de haber conocido a Carlos Berlanga, le considero un artistazo. Era como si el arte se contagiara, todos teníamos ganas de hacer cosas, nos animábamos unos a otros. Mucha gente: Guillermo Pérez Villalta, Ceesepe, El Hortelano, Sigfrido Martín Begué, Pedro Almodóvar, Fanny McNamara a su manera…
¿Es muy distinto el Madrid de entonces y el Madrid de ahora, después de ocho años de gobierno de Esperanza Aguirre?
(Sonríe amable). Yo era más joven también, así que no sé si para un joven ahora será lo mismo. Los amigos de mi hija tienen muchas ganas de hablar conmigo para comparar, porque me dicen que nosotros éramos de verdad y que ellos son de pacotilla. No ellos, porque al menos se están dando cuenta, sino gente que dicen que se denomina como la “removida” pero que no hacen nada. Nosotros hacíamos cosas sin parar. Nuestras salidas a Rock-Ola o a El Sol eran trabajo, quien no llevaba una película para proyectar, tocaba allí ese día o hacía otra cosa; luego íbamos a casa de alguien y aprendíamos unos de otros. Éramos muy pocos, unos doscientos. Cuando se llenaba un sito porque lo poníamos de moda, nos íbamos a otro. No era la copa por la copa, estábamos trabajando. También hubo muchos excesos. Algunos los han pagado después. Me gustaría que los jóvenes aprendieran de nuestra experiencia en ese sentido y no repitieran nuestros errores. Lo que ha sucedido ahora con el 15-M me ha gustado, ver que hay jóvenes en España que se han organizado de una manera pacífica a mí me emocionó. Han levantado la voz proponiendo cosas, y eso está muy bien. Yo prefiero hacer cosas a protestar. En lugar de decir “estoy mal porque mis padres me trataron mal”, haz algo por estar bien; si no tienes trabajo, búscate las castañas para tenerlo. No hay que buscar un papá que te solucione todo: “que me den trabajo, que me den el paro”. Lo del paro nunca lo he entendido, nunca he tenido paro; no puedo tenerlo, además.
Por último, dinos fotógrafos a los que admiras.
El primer fotógrafo que me hizo pensar en la fotografía como medio artístico fue Man Ray, porque se sale de lo que es la foto pura, es “metafotografía”. También admiro mucho a Irving Penn. Jacques Henri Lartigue es una maravilla, es pura frescura. Cuando era joven iba a todas las librerías a ver libros de fotografía y decía “esto no” cuando no reconocía al autor, veo la foto pero no quién hay detrás porque se identifica el medio. Pero de repente hay fotos que aunque esté la cámara por medio, se ve al autor, y Lartigue es uno de ellos.
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Una entrevista fresca y divertida. Bárbara es una persona inteligente, tiene su parte intuitiva y su parte reflexiva. Es una gran artista y una magnífica fotógrafa, y tanto ella como su trabajo tienen algo de extraordinario, de diferente, que es lo que la hacen interesante.
Aún recuerdo cuando la pusieron verde a raíz de la concesión del Premio Nacional de Fotografía. Trataron de envenenarla recordando su relación familiar con Esperanza Aguirre (ambas son Gil de Biedma). Deslizaron que no era realmente fotógrafa, y cuestionaron su valía. Me pareció miserable.
Muchas de sus observaciones tienen sustancia, y otras me parecen divertidas y naïf. La entrevista no profundiza en los temas que van surgiendo. Da la sensación de que las preguntas estaban preparadas y se dispararon en su orden y ya está. A veces las respuestas podrían animar, sobre la marcha, otras preguntas que no estaban inicialmente previstas y que permiten profundizar. Esa exploración espontánea no se ha hecho. A pesar de ello, las preguntas están bien y las respuestas son sugestivas.
Ella apunta a la relación entre fotografía y pintura, y especialmente al encuadre y a sus posibilidades expresivas, a la relación entre realidad y representación y demás. Aparece rápidamente el nombre de Velázquez, y no por casualidad. Sobre ese tema:
http://www.luminous-landscape.com/essays/Framing%20Art.shtml
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